Después se suicidó: algo normal
si vives en la línea de una bala.
(Marlon Brando, Joaquín Pérez Azaústre, La vida es una mala escritora de guiones, El orden del mundo, 2021)
A Jacob Lorenzo, por invitarme al guion
Alguien me dijo ayer que querría tener valor (llegado el caso) de interrumpir adrede su estancia en el mundo. Deberíamos morir a voluntad, vino a decir, tener la facultad de decidir cuándo dejar este mundo. Fue una conversación difícil. Es un acto supremo de libertad y de conciencia de lo vivido, expuso,ñ a su tranquila manera. Debe darse esa convicción y deben (hablo yo ahora idílica o poéticamente) confluir la gracia del espíritu y la anuencia de la carne. Hay un pudor o un temor a lo que concierne a la muerte que nos debilita para el comercio de la vida. Los poetas son los depositarios del numen (lo que quiera que sea eso) que abre la luz y hace entender la injerencia de las sombras. Luz y sombra. Haz y envés de una misma cosa.
Los tocados por la varita de la fe irían (doy por legítimo ese deseo) de este mundo a otro; los incrédulos podrían ir también, qué más daría creer o no. Seguro que se les deja entrar, no van a quedarse fuera, Entra en lo posible que ninguno de ellos, ni creyentes ni descreídos, vaya a ningún sitio y todos los días de existencia lo sean terrestres, sin que intermedie después divinidad alguna y se abran las puertas de ningún paraíso. Vivir entonces a conciencia, conciliar el tiempo con la voluntad, la realidad con el deseo. Tener eso que nombra la metafísica, tan inasible, como herramienta locuaz, como vara de íntimo mando ante el extrañamiento de las cosas. No somos nada sin la injerencia noble y honda (cada cual la que se permita o anhele) de la filosofía o somos un objeto entre los objetos, una pieza de un engranaje arcano, del que carecemos de gobierno y al que obedecemos con ciego afán.
Nos concierne esa bruma de lo imposible: de contar con uno mismo a completa satisfacción, de poseer las respuestas, a pesar de la dureza de las preguntas, pero es la pregunta la que elabora el trajín de los días, ella organiza su oscuro decurso. Y tal vez sea mejor que sea así y nos guíe el asombro puro, la entereza ante la adversidad. De no ser por ella, qué podría espolearnos, hacernos mejores, curtirnos, saber apreciar lo que azarosa o mágicamente se nos ha entregado. Lo adverso da la medida de lo favorable. Lo que nos duele convoca la visita de lo que nos conforta. Una cosa trae la otra a su regazo. Cuanto haya de bueno acudirá al arrimo inevitable de lo malo, podríamos concluir. Y hay malo con colmo, gente con inclinación a la maldad. Hoy vi a alguien proceder con maldad. Fue un gesto pequeño, inadvertido si no se le prestaba atención, como tantos, pero una vez apreciado, censado y pesado, qué difícil retirar ese gesto de la cabeza, apartar su veneno, concederle el desafecto al que se recurre para más livianas y frívolas empresas. No morirse es otra opción. No tener convenida con el azar una fecha en un calendario.
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