3.9.21

Dietario 185

 A envejecer se hace uno por error. Ninguna molestia particular preludia la vejez, nada compromete la idea de que la lozanía remitirá y será ocupada por una legión de devastaciones y quebrantos. La demolición es lenta, por lo que no se aprecia la debilidad conforme sucede, sino más adelante, cuando de cuajo irrumpen todos los dolores y todas las afecciones que se han ido acumulando y que decidieron, quién sabrá a qué obedecerá esa voluntad, hacer acto de presencia a la vez, consignar casi notarialmente su inapelable ingreso en la trama y conducirnos con parsimonia o con presteza a la misma postrimería de todo, al fin previsto, pero temido. No se constata roto, ni se descompone con convicción el cuerpo, que flaquea a ratos y exhibe la terrible oxidación de la carne y del espíritu. Apremia con sus veleidades la edad, dada a excederse o a comedirse, a franquear obstáculos o a hincar la cerviz, a escribir su discurso de sangre cada vez más cansada y más morosa. Cuando se cree tener idea de cómo manejarla, ella nos marca un plazo, nos urge, nos conmina a que hagamos balance o nos vayamos despidiendo o miremos un paisaje como no lo hemos mirado nunca o besado como nunca lo hicimos o bebido un vino en la creencia de que se está produciendo un milagro del que somos parte y que nos será retirado sin que haya moratoria o podamos interpelar algún gesto de piedad para que el milagro perdure. Ayer, cuando me preguntaron algo sobre cómo llevaba la edad que tengo, respondí que maravillosamente, lo cual no es verdad del todo, pero redujo la intemperie de la pregunta a un protocolo y los dos quedamos, el interesado y un servidor, quedamos tan contentos. Y sí, hay algo de maravilla en el hecho de que se vaya recorriendo los años y no se haya descosido el traje más de la cuenta y siga la cabeza con sus ocurrencias y sus distracciones, con las penalidades de antes (ahora serán otras, siempre son cambiantes y no obedecen a nada) y con las novedades de ahora. Será cosa de la química, de los radicales libres, de la danza de las moléculas, qué sé yo. La música es siempre dulce. Mientras suene, es dulce y es nuestra. 

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Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...