20.4.21

Dietario 100

 Se aspira a que la muerte nos sorprenda viejos, sin más propiedades que las precisas, colmados de vida, sin otra voluntad que ese ir dejándose, ocupado en recordar a qué nos entregamos, con qué secreto esmero amamos u odiamos, hacia qué lugar dirigimos los pasos del día y cómo conciliamos el sueño por las noches. Alegre (tal vez convenga la alegría para expresar lo que deseo) por haber realizado el trayecto, consciente de que no hay manera de que se pueda echar la vista atrás y escribirlo todo de otro modo. Como el novelista que, al concluir su obra, no la relee, no la pasa hoja a hoja, por si cae en la cuenta de un roto en la tela o de muchos, sino que se contenta con la evidencia de su acabado, con la felicidad de que puso el alma en todas las palabras que la visten. Como el poeta que da con la metáfora y la pule con oficio hasta que de pronto advierte que no es posible avanzar más, darle una hondura mayor, hacer que brille con más entera eficacia y deja el poema a su antojadiza voluntad sin dueño. Porque, en ocasiones, lo que hacemos es más de otros que nuestro. Ojalá se así, en el fondo. Que dejemos una evidencia en la memoria de los demás de que pasamos por sus vidas y fuimos agasajados con su afecto o con su amistad o con su amor. Esa es la mejor de las evidencias. 

1 comentario:

eli mendez dijo...

que gran verdad el texto.
Dejar una huella de amor detrás de nosotros. Creo que es lo mejor que nos puede pasar cuando marchemos. Un abrazo!!!

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