3.7.19

Mar

A mi amiguito Joaquín Arrebola Ordóñez, que va a pisar la tierra con botas nuevas. Me lo acaba de contar y nos hemos alegrado los dos.

He caído en la cuenta de que el verano es una ilusión óptica y otra acústica alojada a su costado metafórico. También una más, la más rigurosa, la térmica. Es el calor, que me nubla la escasa razón que voy ahorrando. No tengo nada contra el calor, hay gente cercana a mi con soberbio criterio que lo adora, pero yo no he sido capaz de tenerlo entre mis aficiones climatológicas. Nunca he sentido algo parecido al placer en presencia suya. Soy de frío, soy de invierno crudo, soy de estufa y mesa camilla hasta el cuello. Casi todas las cosas buenas en las que pienso cuando se me ocurre pensar en cosas buenas suceden en invierno. Si alguna accidentalmente sucede en verano lo atribuyo a una anomalía. Hay que considerar que vivir es una anomalía dulce, pero anomalía al fin y al cabo. Como el sur en el que vivo es el campo de acción de sus travesuras, no tengo escapatoria asequible. Me manejo como puedo en esquivar la fiereza del inclemente lorenzo, pero las paso canutas, hay días duros, no doy con la tecla, salvo que sea la del Mitsubishi, sin el que habría fallecido hace años y al que detesto cuando abuso de él por obligación epidérmica. Salvo por la libranza del trabajo, aclaro que los dulces no amargan, no festejo nunca la aparición del mentado verano. La acepto, sin más. Intimamos lo justo, por no martirizarme más de lo soportable. Hasta el paisaje es más grato cuando lo abraza el frío. 


Hay, sin embargo,  días de verano en que salgo de mi falso confort doméstico y me apuesto frente al mar, aspiro con vehemencia el azul del aire y dejo que el bendito sol me perdone. Por hablar mal de él, por no mirarlo con la gratitud que merece. Es el mar el que me rescata. Debí haber nacido marítimo. Me parieron tierra adentro. La tierra me fascina por la firmeza del suelo, por la felicidad de los árboles, por la insistencia mágica del paisaje, pero el mar es el anhelo, el mar es una extensión de la sustancia de la que estoy hecho. No hay paisaje más benefactor, no hay lugar en donde me sienta mejor. El mar hay que contárselo a alguien. La tierra también, Joaquín. Cuéntatela.

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.