5.7.19

Dios

Para mi amigo Pedro del Espino, que está escuchando.

Cuesta deshacerse de algunas costumbres. A veces ni se tiene constancia de que existan. Te percatas de ellas cuando no las haces. Son más nuestras cuanto más se nos escapan. De pronto echas de menos algo de lo que no tenías noticia. Son más tuyas cuento menos sabes. Algo así como la fe. A Dios se le añora cuando se le precisa. Un poco como Santa Bárbara y la lluvia. Hoy pensé en Dios nada más abrir el día. Pensé en si pedirle algo. Que mi padre remonte su enfermedad (lo está haciendo, lo está haciendo) o que a  los sátrapas del mundo se les despeñe el corazón por la boca en mitad de un sueño (nada doloroso, Dios mío, no hace falta que sufran) y despierten disminuidos de mala leche. Cosas pensadas sin pararse uno mucho. El interregno de los deseos. No sé a lo que está Dios. Si apresta su oído a las consideraciones de todas sus criaturas, incluyendo hijos reclamando salud para sus padres o padres anhelando bienestar para sus hijos o frivolidades del tipo dame suerte en el cuponazo de hoy o haz que mi equipo de fútbol gane la decimotercera, etc. El etcétera es tan amplio que la lista de deseos de Dios debe ser infinita. La palabra que más le cuadra a Dios es infinito y ahí nos perdemos, en ese número inconcebible, en comprender esa numeración inasequible a nuestras humanas y mediocres facultades. La costumbre de dialogar con Dios debiera ser privada e inargumentable. Las aireadas parecen diluirse en el fragor de las otras. A Dios se le aplica un protocolo extraordinario, exento de las debilidades de los procurados en otros menesteres. Yo no le hablo mucho, tal vez nada, a fuer de sincero. A lo mejor es Él quien platica conmigo secreta y profusamente y soy yo el desatento o el insensible o el descuidado. Qué buen conversador sería. La de cosas con las que podríamos amenizar las horas. Se me ocurre que acabaríamos intimando, nos tutearíamos, yo le abriría mi corazón y Él no me confesaría que lo tengo siempre abierto. Porque Él tendría que estar al tanto de todas mis cuitas. Qué hermosísima palabra cuita. El suyo sería el mapa de la eternidad, por ponerme intenso, por ponerme místico. Un mapa continuamente ampliable, uno del tamaño del territorio que cartografía. Admiro y envidio a quien de verdad lo siente cerca y lo siente suyo. No es algo que uno pueda improvisar. Voy a creer, podría decirse. Pero no hay tal voluntad. Voy a imaginar que creo. Quizá en esa ficción funcione el diálogo. Literatura Pura. La religión (lo dejó escrito Borges) es una rama de la Literatura Fantástica. En días como estos, uno está sensible. No hay criatura sensible en la áspera y dulce extensión de la tierra que no piense en Dios y desee que le susurre algo al oído. A veces no hay voces articuladas. No se precisan.

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