27.7.19
J.
Tuve un amigo al que le irritaba que se le diese la razón. Prefería la parte combativa, el cuerpo a cuerpo dialéctico, toda esa hostilidad educada que a veces entretiene las charlas en las terrazas de los bares. Era muy de bares, es cierto. Muy de hablar y muy de beber. No había ocasión en que dejara escapar la oportunidad de hacerse notar y caía bien a ratos, muy bien en alguna ocasión y mal, a su modo, en la mayoría. Yo le confesaba mi admiración y él me lo agradecía a regañadientes, huyendo como solía de los golpecitos en la espalda y de los elogios encendidos. No sé qué es de él, no he vuelto a saber nada suyo desde hace veinte años, más tal vez. Guardo el tono de voz, la airada forma de defenderse a sí mismo o de investirse como improvisado - y voluntarioso - defensor de lo ajeno. Echo en falta gente con ese carisma. No conozco nada mejor en el mundo que la posesión de un determinado tipo de conducta, sea del gusto de los demás o no, pero identificable, deleitable incluso. A los convencidos de que los problemas sólo malogran las relaciones personales, les presentaría a mi amigo J., les dejaría un par de cervezas con él, en una barra de un bar o en un salón doméstico, en la intimidad de las casas. Lo adorarían - como yo lo hice - o lo detestarían - como yo lo hice - .No he tenido interés en saber qué hace, si persiste en su admirable -por extrema, por honesta - forma de ser. Me hablaba de una novia que tenía con la que planeaba un futuro. Estoy por pensar que ese futuro no la incluye ahora. Se inclina uno a pensar que debe costar mantener una relación estable con alguien así. J. seguirá encantado consigo mismo. Continuará escuchándose. Se dedicaba básicamente a eso: a ponerse atención, a cuidar de que nada suyo le fuese enteramente ajeno. A veces estaría bien ser como J.. No a tiempo completo, no de una manera profesional. Me lo imagino ejerciendo en el campo de la política. No todos los políticos están encantados de conocerse: algunos (cuesta aceptarlo, pero no dudo de que es cierto) piensan las cosas antes de decirlas, no toman al ciudadano por tonto y se esmeran en cada pequeña cosa que hacen, por pequeña que parezca o que sea. Si el azar le pone a J. este texto delante, yo estaría más que feliz si se diera por aludido y anotara algún comentario. Tampoco me importará que no lo lea nunca.
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