Fueron los años de la ignorancia y también de la felicidad, a veces van juntas las dos; la edad de los juegos, y con ellos, a su alegre lomo, tumultuoso y febril, el tiempo de las amistades eternas, las que no flaqueaban si la adversidad las tentaba, las dulces y las joviales amistades que invitaban a chapuzones y a excursiones, al lírico abrazo del tiempo, sin saber aún lo que aguardaba más tarde. Fueron los años de las tentativas y de las escaramuzas, del vértigo de los descubrimientos y de la bondad de las abrazos.
De la fatalidad se aprende después, viene sin que se la avise, no tiene protocolos, ni atiende a razones; se presenta a su antojadizo capricho, hace su oficio con imperturbable magisterio y nos tiene a su severa merced. Vive uno a expensas suya, apesadumbrado y frágil, feliz también, satisfecho de estar en el mundo y de disfrutar de cuanto ofrece, que es mucho y es nuestro . A la felicidad no se renuncia nunca. Por eso hoy, en el día en que nos ha dejado Antonio, poco antes de cumplir ochenta, pensé en la felicidad, eso le hubiese gustado; pensé en los años en el Sector Sur, en la avenida de Cádiz, en Fuengirola, en el Fontanar, en Fray Albino, en el fútbol de los sábados, en las primeras películas en VHS, en las tardes en la casa de Antonio estaba abierta (su casa era la de todos, Antoñita se preocupaba de que así la sintiéramos) para que sus hijos (los suyos, Rafa, Antonio, Sergio) y los amigos fraguaran su aprendizaje en la vida, muy despacio al principio, más rápido cada vez, más rápido, convencidos de que éramos dueños del mundo, aunque fuese un mundo fabulado, mullido y placentero. Estaba lleno de discos de Genesis y de Supertramp, de Coca-Colas en la terraza y de aquellos primeros libros de serie B de Clark Carrados y Joseph Berna, muy cutres y muy malos también, pero maravillosos entonces, aún ahora si pienso en ellos con la nostalgia que hoy, mal día hoy, me embarga.
A Antonio, como a mis tíos, los que no están tampoco, les debo la infancia, más les deberé, seguro que mucho, no puede ser de otra manera la deuda, la gratitud, la añoranza, la emoción del recuerdo, que acude sin titubeo y nos conforta y nos hace felices. Hoy es un mal día, vendrán mejores. No es edad de irse la suya, a pesar de que haya sido larga, vivida y trabajada, larga y festejada y compartida, ninguna edad lo es. Se le tendrá en la memoria, eso podemos hacer para que los que se van no nos dejen del todo. No lo hacen.
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2 comentarios:
Mi sentimiento te acompaña. Por Antonio, un hombre que fue importante en tu vida. Saludos.
Emilio, un millón de gracias por estas preciosas y sentidas palabras. Gracias de corazón por estos recuerdos que en definitiva son lugares comunes de muchos. Un fortísimo abrazo. Antonio F.
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