"¿Qué celebra uno cuando celebra su santo? Quizá la momentánea suspensión del hecho de que, en otras circunstancias, no encontraría uno ningún motivo fundado para invitar a desayunar indiscriminadamente a todo el mundo... En esto, el calendario católico funciona como esos cinco minutos de fama que Warhol quería asignarnos a todos. Sólo que, en este caso, ese intervalo de relativa notoriedad, de palmaditas en la espalda de los compañeros, besos de las compañeras y pequeñas atenciones familiares dura un día entero."
Siempre accedí a dejarme engatusar por las efemérides, no me incomoda esa ceremonia a veces importada, como de atrezzo o adorno : contribuían a desalojar el tedio y a imponer un tácito pacto con el asombro que, mirado en la distancia, sensatamente recordado ahora como una extensión excéntrica de esa misma rutina desahuciada, precisa la vida para no convertirse en una desdicha consentida. Tal vez por eso me sigo perdiendo en el cine y en la literatura: busco en las palabras y en las imágenes de los demás excursiones lejos del tedio, caprichosos viajes que circunvalan la mediocridad y hocican su discurso en la belleza y también en la inteligencia. Idóneamente en ambas, en cuanto ellas hagan concurrir para esa ceremonia de la felicidad.
En esa búsqueda legítima no encuentro razones que me disuadan para no disfrutar de las efemérides, que son (está muy bien razonado en el texto que abre el post) engaños mimados, la suspensión de la incredulidad. De pronto se te arriman los íntimos y los próximos y te hacen protagonista de un reality al modo en que nos los venden en la televisión: se aferra uno a la mentira de que la felicidad existe y está a tu alcance y se ha transustanciado en un libro envuelto en bonito papel de regalo o en un disco de jazz con libreto de cincuenta páginas y presentación en lujosa caja de cartón duro. Los cumpleaños intimidan siempre, pero al cabo festejan que pusimos el pie en el mundo y que vamos acortando en cada uno de ellos nuestro inevitable ingreso en la eternidad, de la que alguien (no recuerdo ahora) dijo que era estupenda porque se entraba tumbado.
Eso de los santos son otra cosa: buscan el vínculo católico (lo seas o no) y apelan a la existencia de un puro varón con nombre idéntico al nuestro que engolosinó las tardes de invierno de hagiógrafos y exégetas de la moral cristiana. Llamarse Skywalker o Naim o Phileas te sanea, en todo caso, el bolsillo: no tienes que invitar a desayunos ni apencar con las palmaditas penitenciarias y la cansina copla de que en la Antigüedad (suponemos que fue entonces) alguien deslumbró por las obras que hizo o por las que no hizo. Vaya usted a saber. Los caminos del Señor, aparte de inescrutables, son en ocasiones absurdos. La Fe es un camino angosto y uno se apaña para recorrerlo sin apuros. Eso o quedarse a la entrada, posponiendo algo tal vez ineludible.
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