En cierta ocasión, un amigo me reprendió por no haber leído a Tolstoi, siendo yo, a su parecer, solo a desinformado decir suyo, un buen lector, uno que aparenta haber despachado a los clásicos o que, en la conversación libresca, favorece esa idea luego errónea, añadí yo. Él, curtido en Tolstoi, no lo era en Faulkner, advertí después. Ni en Cortázar, del que no había leído nada. No sirvió para nada hacerle ver lo parcial de su observación. Sostenía que no se puede amar la literatura y no haber leído, leído bien insistía, a Tolstoi o a Chéjov, a todos los clásicos imponentes como Proust o como Mann. El criterio de meter a unos y no a otros no lo aclaró o yo no recuerdo que lo aclarara. De eso hace mucho tiempo, más de lo que yo querría. Hay quien finge haber leído y quien, leyendo, no alardea ni le parece que deba airearse esa costumbre.
Me parece, en todo caso, que es muy difícil ese fingimiento, el de hacer verdad lo que no lo es, el de leer falsamente. Siempre hay quien acaba cayendo en la cuenta de que no tienes ni idea de lo que estás diciendo. Yo descubriría a la primera el que hablase de Borges gratuitamente, sin apasionamiento, soslayando justo lo que a mí me fascina de su obra, únicamente soltando lugares comunes, ya se sabe, ideas que se encuentran en el google a poco que indagas. El google lo rebaja todo, visto así. No hay materia que no puedas incorporar a las tuyas, si es que tienes alguna; ninguna que malogre tu puesta de largo en un foro sobre literaturas germánicas medievales o sobre la influencia del bebop en el jazz rock de Miles Davis. Se puede saber de todo lo suficiente como para no evidenciar que no hay nada de lo que sepamos mucho.
Quizá no interese apurar una disciplina, estar al día en ella, si el tiempo empleado en ese oficio impide que se adquieran, siquiera vaga o no profundamente, otras. Uno no precisa estar sobrado en nada; basta poseer unas nociones, unos rudimentos. Incluso se podría considerar la honradez de difundir que no se sabe nada de Tolstoi o de la caza del urogallo en la campiña inglesa y que se está abierto a resolver esa ignorancia. O no. Siempre he admirado a quienes prefieren aprender a enseñar. El oficio que practico me permite estar continuamente rodeado por gente a la que admiro. No hay ahí fingimiento, no cabe doblez, no existe la mentira, ni siquiera la realizada por no decir la verdad: hay que decirla siempre, hay que hacerles ver que son el futuro, aunque no lean jamás a Tolstoi, a Faulkner, a Borges, ni sepan quiénes fueron los Borbones o cómo funciona un acelerador de partículas. Basta que sean sensibles. Quizá baste con que sean sensibles y les fascine el mundo y todo lo que les reserva para cuando lleguen. Ya han llegado, ya están. Lo de la sensibilidad no tiene el predicamento que solía. Se la está zampando la corrección o la mesura o esa costumbre de contar qué hacemos (las redes sociales son arenas movedizas) en lugar de lo que sentimos.
1 comentario:
Parece que hay lecturas obligatorias para la galería, cuando lo realmente importante es leer aquello que aporte placer a cada sino, aquellas lecturas que enriquecen a cada cual según crea necesario y algunas lecturas que simplemente no aportan nada salvo entretenimiento. Nunca he entendido esa necesidad de fingir que se ha leído a aquellos que todo el mundo debe leer, como el ortodoxo que lee la Biblia obligatoriamente. Un saludo, Emilio y a seguir disfrutando del verano y de tus lecturas preferidas.
José Luis González
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