30.1.19

Dibucedario de Ramón Besonías 19 / Z de Zurbarán


Por Zurbarán sabemos que no hace falta sufrir para alcanzar la gloria, ni que la adusta evidencia de la pobreza es la constatación de que quien la exhibe está más cerca de la santidad y recibe de ella la efusión de su bondad. Las santas vírgenes de sus cuadros no tienen mística, ni su cara está cruzada por ningún sufrimiento. Dios las espera con sus mejores ropajes también. Es la versión aristocrática de la eternidad, en la que los elegidos tienen el alma limpia, han vencido la tentación y probado los dones de la pureza. Contra la voluntad de su padre, la después Santa Casilda escondía en sus ropajes los alimentos con los que pretendía socorrer a los cautivos cristianos, pero el milagro hizo que tornasen rosas y  así no fuese descubierto el apaño y se truncase el heroico gesto. Los milagros no sólo suceden en la periferia del alma, sino en su centro más hermoso, en donde se concita la belleza y la dignidad más altas. Las santas de Zurbarán no se arredran frente al mal, ni les causa daño, no se les estraga el rostro. Visten con distinción, saben con qué tapar el cuerpo, esa casa en la que se guarece el espíritu y en donde batalla a conciencia las embestidas continuas de la adversidad. Las tinieblas no son de este mundo, parecen decir las bellas damas. Sólo la belleza puede apartarlas, es ella a la que se le encomienda el oficio de que flaqueen y perezcan finalmente. Seguro que el Santo Oficio reprobaba la osadía del pintor. No era visto que una santa no lo pareciese. Debía serlo y confirmarlo en cada gesto, en cada pequeño detalle de sus vestiduras, todas decentes y estrictas, ninguna atrevida ni suntuosa. Santa Casilda no parece de ese mundo, ni probablemente de este tampoco. Ya no hay santas, no se prestigia la santidad, vista uno con estilo y opulencia, a la moda o lo cubran las más modestas ropas, justo las que no distraigan del oficio principal, las que más cuadren con la comisión de los milagros.

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