27.1.19
Dibucedario de Ramón Besonías 16 / S de Saxo
Lo que de verdad impone es el contrabajo, aparte de un piano de cola. Charles Mingus era un contrabajo en sí mismo, aunque recorriera los aeropuertos del mundo portando el suyo, rivalizando con él en desmesura. El piano es mi instrumento favorito. No encuentro en los demás los matices que encuentro en él. Bill Evans o Michel Petrucciani o Keith Jarrett (tres de los grandes) tocan el piano como si sus dedos cortejaran una piel ajena o, llegado el caso, lo violentan como si esos dedos anhelaran extraer algo que ninguna delicadeza podría hacer emerger. Hasta ahí bien. Es una especie de confesión exprés sobre mis inclinaciones en lo tocante a instrumentos, pero el saxo es otro asunto, va por otro lado. Lo ideó Sax cuando deseaba hacer un clarinete con mayor presión sonora y la misma dulzura. Hubo una época en que trataba de discernir el soprano del alto, el tenor del barítono, pero tampoco me apliqué más de la cuenta. Aclamado por Berlioz o por Rossini (nació a mediados del siglo XIX), fue sin embargo relegado a un plano secundario en la música clásica. Lo sacó de su ostracismo el jazz. También las fiestas de pueblo o las de barrio. La de amores que habrá sellado indeleblemente. Es un decir eso de lo indeleble. El saxofón (es más sonoro su nombre completo, no el apócope) es el Bolero de Ravel o la Rapsodia en blue de Gershwin o Cuadros de una exposición de Mussorgski, que recuerde ahora, pero también es One step beyond de Madness, esa locura en la que los pies no pueden estarse quietos un momento. Adoro esa canción. La he puesto en mis sesiones ocasionales de DJ en festejos domésticos, ustedes ya me entienden, cuando los amigos nos ponemos a bailar y dejamos que todo lo demás cobre una importancia menor o no tenga importancia alguna. Cuando uno quiere es muy de ska, pero ahora prefiero a mi saxofonista favorito, con permiso de Ben Webster o John Coltrane o Stan Getz. ¿No oyen de fondo a Charlie Parker?
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