21.1.19
Dibucedario de Ramón Besonías 9 / M de Matar un ruiseñor
Atticus Finch es un hombre bueno, bueno machadianamente, escribí una vez. Se me ocurre casi siempre pensar en Antonio Machado cuando pienso en la bondad. Es el arquetipo platónico de justicia y de honradez, escribió para esa ocasión el autor de este marcapáginas. Le escabamaba (también) su pulcritud, esa perfección que no decae, a la que se le ponen duras pruebas y de las que sale indemne, sin que se rompa su voluntad niflaquee el empeño de hacer que la verdad resplandezca. Tal vez no estemos preparados para creernos que exista gente así: les buscamos un roto en el traje, un agujero en las palabras, una debilidad que lo haga más parecido a nosotros, que no somos perfectos, ni pulcros tampoco. A pesar de todo, el abogado de Matar a un ruiseñor, el inmaculado Atticus Finch, el héroe. Escasean los héroes, tenemos que echar mano a la literatura o a Grecia o a la Marvel, que son recursos legítimos, pero endebles. La realidad necesita que exista Atticus Finch. Tal vez para que podamos aspirar a un mundo mejor y no nos sonroje la barbarie que exhibimos, toda esa ausencia de pudor ni de educación, el hecho de que podamos matar un ruiseñor y luego pasear sin remordimiento y hablar de frivolidades en la cena, de lo que hicimos en el día, de lo que les pasó a lo otros y acabaron contándonoslo, cuando se reúne la familia y, bendecidos los alimentos o no, allá cada uno con sus ritos, agradecemos el milagro de amar y de que nos amen, pero hay un ruiseñor muerto, lo abatimos nosotros. Las cuerdas en los árboles son frutas extrañas, cantó con su tragedia a cuestas Billie Holiday. Hay tantas cuerdas todavía, tantos árboles.
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