31.12.18
4:33
28.12.18
La reputación
Sobre la consideración que se nos tiene no hay nada que podamos hacer. El poco o el mucho prestigio que tengamos fluctúa sin que concurra intervención nuestra, todo proviene del parecer ajeno, nunca de la opinión que uno tiene de sí mismo. La vanidad, por otra lado, traída sin remedio, es el prestigio que creemos tener, que a su vez es el que pensamos que se nos atribuye, meritoriamente o no. Es fácil caer en ella. He conocido algún vanidoso, quién no. Uno mismo, en ocasiones, lo es sin que se tenga conciencia. Son éstos tiempos de vanidad sobrevenida. Hace falta poco para creer que algo hemos hecho bien y que se nos reconozca el trabajo. Estará en la naturaleza humana ese deseo de ser reconocido. En el fondo, la humildad no ha funcionado nunca como motor de la Historia. ¿A cuántos humildes conoce el lector? En cambio, ah infortunio, ah calamidad, sabemos de los vanidosos, conocemos muchos, hemos tomado café con ellos, hemos visto cómo se desenvuelven, hasta somos capaces de hacer pasar por vanidosos a quienes no hicieron nada que mereciera el atributo. Siendo reprochable, vemos en la vanidad un cierto encanto. Hay quien se cree popular y reconocido y posiblemente también amado porque tiene una legión de seguidores en Facebook o en Twitter. Ser popular en las redes sociales es como ser rico en el Monopoly. Lo acabo de leer en una de ellas. Uno entra en el juego de esa popularidad impostada, la acepta sin más, se cuida de que no le envare en demasía en el proceder diario, pero en el fondo, cuando caen los halagos, si es que alguno cae, no incomodan, no se apartan, se abrazan, se consideran una parte del trabajo, la de los premios, que siempre son bienvenidos, se diga lo que se diga. El problema hoy en día es el halago mecánico, el rápido, el que se expresa con un sencillo like en un post colgado en una plataforma, en una de las muchas redes sociales. Se tienen más amigos ahí que los necesarios, que suelen no ser muchos. Tan sencillo resulta dar al clic y expresar la aprobación que la misma aprobación, en ese resumen despachado, no tiene el rango del comentario, el del gesto afectuoso, pero no podemos dar marcha atrás, todo va rápido, excesivamente rápido, no hay manera de parar la máquina. Habría que ver qué hay detrás de los emoticonos, aunque ese trabajo no hay quien lo realice, no es posible, todos son el mismo, ninguno es más hondo que otro. En el deseo de que esos emoticonos cobren más expresión, se amplió el número de ellos. Debe haber miles. Uno casi para cada sentimiento, es posible, no voy a discutir eso de modo que hemos vuelto al pasado jeroglífico, prescindimos de las palabras, las traducimos a muñecos que semejan dedos que aprueban o desaprueban o a caras que recogen un amplio espectro de sensaciones. Todo está hueco por dentro. De ahí que el vanidoso esté en su ambiente. Son buenos tiempos para no tener que detenerse a explicar mucho: basta la expresión sucinta del like o del dislike, que no sé por qué hay que recurrir al inglés, pero también ese es un peaje que estamos pagando. Un amigo ha dejado Facebook por más o menos todo esto. Está agotado, me cuenta. No necesita difundir lo que escribe más allá de su blog. Su vanidad, me refirió, se estaba atrofiando. Era otra cosa, ni siquiera la saludable y antigua vanidad. Ahora escribe, lo hace con menor frecuencia, pero no lo ha dejado, pero no tiene interés alguno en ser leído por más gente de la sucintamente precisa: ocho o diez amigos, no más. Yo a veces creo que podría hacer lo mismo y cerrar el facebook o el twitter y volver a tener solo un sencillo blog al que entran muchos amigos y algunos lectores.
23.12.18
Una historia de amor en vísperas de Navidad
Fotografía: Emilio Calvo de Mora
El muñeco estaba apoyado en la pared, una pared sin vistosidad, de ladrillos grandes, como de obra a medio terminar. No puede saber uno quién lo puso, qué pensó cuando lo colocó con ese mimo, cuidando de que no se quebrara y cayese, expuesto a que alguien lo manumite de su posado forzado y le dé un lavado en casa. Seguro que un buen aseo lo recompone, pensé. El muñeco se ríe, se ríe mucho, hasta cierra los ojos de lo mucho que se está riendo. Tal vez le haga gracia su destino, el del abandono. A la fatalidad le sale siempre un lado humorístico. No he visto desgracia que no lleve consigo una parte jocosa. Estaría bien que ya no estuviera allí, aunque no voy a desandar el camino y comprobarlo. Lo normal es que no esté. Tampoco nosotros estamos cuando se nos espera. En parte hay algo nuestro en el muñeco, riamos o no, nos hayan dejado o no en una pared cochambrosa de un camino apartado, a las afueras del pueblo. Hay gente que vuelve a nosotros y no encuentra lo que esperaba. Lo que no sé es quién nos gobierna, la mano que nos deja al albur del azar para que otro nos mire, caiga en la cuenta de que existimos y nos eche el brazo por lo alto o nos cuente qué hizo hoy, si salió a la calle a comprar la prensa y tomó un café en un bar o si en casa se juntan por navidad y todavía no tienen nada preparado. A lo único a lo que venimos a este mundo es a que nos amen. No hay nadie que pueda contradecirme, ni siquiera el desalmado, el que cree no tener ya la bondad con la que vino de fábrica, si es que alguna trajimos. Me dio pena el muñeco, una pena sin trascendencia, si se me permite, una liviana de poco asiento en la memoria, de las que luego se difuminan y no se tiene recuerdo de ella, pero todavía la tengo adentro. Sólo hace un rato que vi el muñeco y saqué el móvil y le hice la foto. Ya da igual que lo perdamos para siempre. Cada objeto del mundo merece una historia. Yo he cumplido con él, le he traído a casa, le he dado cobijo. De alguna forma estará bajo el árbol de Navidad, cuando sea mañana de Reyes y nos levantemos a ver qué buenos fuimos y qué generosos son los que nos aman. Ya digo, es amor, sólo el amor mueve la dinamo que hace que gire el mundo.
14.12.18
Un haiku (sin haiku)
13.12.18
Defensa de la alegría / Pensando en Benedetti, en Eliot y en K.
La felicidad debería tener un mapa genético. Parece que funcionan si se tienen a mano para prevenir enfermedades o para hacer que desaparezcan si irrumpen. Quizá lo haya y yo esté únicamente evidenciando mi ignorancia. Nunca se me ocurrió que mapas y felicidad fuesen fácil de casar, como si una cosa llevase a la otra. Amé los mapas cuando no entendía lo que significaban y todavía hoy siento un placer que no sabría explicar bien cuando abro un atlas y el dedo va recorriendo los sistemas montañosas y las ensenadas, el curso de los ríos y la presencia de un populoso núcleo urbano, pero los mapas ya no son lo que eran, ya no invitan a ningún viaje, no se miran en papel, no hay libros grandes en las casa con mapas dentro, incluso la palabra cartografía está perdiendo su ímpetu, su naturaleza aventurera. En cierto modo se ha perdido esa voluntad mágica de querer ver más allá de lo que la evidencia ofrece. No sé de genética mucho más de lo que necesito, pero alcanzo a comprender que en ese baile de moléculas, de cuerpos que se abrazan y se alejan en el caos infinitesimal de la materia, debe estar la llave de algún logro sentimental al que no hemos llegado aún. Nos malogra ese milagro la contundencia a veces brutal con que la realidad nos atenaza, nos impone su crudeza, cuando la realidad debería ser un obsequio, un regalo precioso, un don. La realidad, de maleable que es, resulta incómoda, de poca o ninguna constancia, de fácil vuelo, como si nosotros, sus inquilinos, no mereciésemos habitarla, consentir que nos zarandee y nos apremie a que, conforme los años nos van formando, la entendamos. Lo dejó escrito Eliot: la realidad es insoportable, "human kind cannot bear very much reality", cito de memoria. Lo real, con sus primores, con sus trabas, con su destreza en contrariarnos cuando se le ocurre, sin que precise empecinarse, sin empeño a veces, sólo por incomodar, por dejar claro lo frágiles que somos, lo expuestos que estamos, el poco o ningún asiento del que disponemos, pero lo real es también milagroso, me dijo K. Con lo de ser felices se han perdido muchas oportunidades de estar alegres, añadió. Se obstina la gente en alcanzar la felicidad cuando no existe tal cosa, se deshace nada más irrumpir, ocupa un lugar pequeño y permanece un tiempo breve, es algo que se sabe, aunque no hacemos caso, proseguimos en el vicio de ese deseo, el de ser felices, no el otro, más sencillo, de manejo más fácil, también de presencia más frecuente, el vicio de la alegría. Y se defiende la alegría, se hace militancia en ese oficio, como Benedetti, que fue el poeta de la alegría o del entusiasmo por vivir y lo dejó también escrito. La defendió de la rutina y del escándalo, la defendió del pasmo y de las pesadillas, la defendió de la melancolía, tiro de memoria otra vez, creo que hoy ando fino, no siempre sucede así, hay veces en que la memoria desbarra, va a lo suyo, no obedece, no cuenta con uno, ni lo mira siquiera, parece de otra la memoria, no hay manera de que se avenga a razones, la pudre el olvido, que es un bicho malo. De ahí Bendetti, tan lírico y tan vital; de ahí Eliot, un poco más triste, Eliot siempre fue un poeta más concentrado en la melancolía, uno de esos poeta tirando a filósofo, buscando meses crueles (abril es el peor de todos) o tierras baldías, empobrecidas y sin atender, como si ahí anduviera la razón última de las cosas del hombre. Tal vez esté, quién sabe. Esas cosas sólo lo saben los poetas, y no todos.
12.12.18
boys don't cry
2.12.18
Philip Glass
1.12.18
Moby Dick
Moby Dick. Releo de vez en cuando Moby Dick. A veces trozos, párrafos, escaramuzas más o menos intensas. Como quien entra en una habitación en la que ha sido feliz y sale a su antojadiza voluntad, sabiendo que puede regresar cuando desee. Esa lectura me recuerda a la anterior. Es como si entrara por primera vez. Así debería ser el amor. Una especie de Moby Dick del corazón. Entrar y sentir que nunca se ha estado ahí y, sin embargo, apreciar que todo es cálido y familiar y nuestro. Hay libros que se aman. Amores casi novelescos.
29.11.18
El arte
20.11.18
El cuerpo
10.11.18
El arte de vivir consigo mismo
9.11.18
Historia de nudos
Son los nudos los que tienen las respuestas y no sabemos escuchar lo que dicen. A su modo, según engarcen su cuerda modestísima, los nudos entienden el mundo. Los hay de una reciedumbre infranqueable, nudos antiguos a los que les va bien la intimidad de los años y la promesa de la eternidad. Nudos que confían en la dureza de su estirpe, en su fortaleza sin desmayo. Otros, sin embargo, piden a gritos que le metamos los dedos y los liberemos. Un nudo liberado es una celebración de la justicia. El nudo manumitido de sus obligaciones es también una celebración de la vida, un festejo del tamaño de una catedral o de un cortejo de nubes que ocupen el entero cielo. En aprender lo que dicen los nudos se puede tardar una vida completa. Hay quien tiene oído y le basta recomponer la figura primera y romper el hechizo bizarro de las cuerdas. Nada más extender la cuerda, se oyen las palabras que la cuerda dice. Explica el dolor y explica el llanto. De la historia de cada nudo podemos inferir la historia de quien lo hizo. El nudo que yo soy todavía no tiene quien lo explique, como el coronel del trópico al que no le llegaban nunca cartas. Ni siquiera yo mismo, ocupado en comprender en qué rango incluirme, alcanzo a vislumbrar una brizna de luz. Sé que hay quien no sabe que es nudo igual que los árboles no árboles o la piedra desconoce su condición de piedra. Igual que las abejas, cuando liban la flor, ignoran que son abejas y que debajo, sumisa y lasciva, la flor se llama flor y es un milagro de la naturaleza. Ya digo que hay milagros que no permiten la posibilidad de escudriñarlos y tratar de comprender la razón que los mueve. No sé si yo soy un milagro. Imagino que lo soy en cierto modo. Que lo que hago a diario responde a un plan secreto que no me ha sido confiado. Sólo pensar que no soy dueño de mí mismo me hace discurrir con más perplejidad y termino abismado en una extraña convicción: la del asombro, la del bendito asombro, la del nudo que pide a gritos que lo liberen, la del libro que tan sólo anhela, en su interior marcado, que se le lea.. No saber qué nudo soy, no entender qué milagro me transporta, no poder entrar en esas intimidades del alma y, sin embargo, disfrutar con la ignorancia, hacer como que se vive mejor sin saber, sin entender, sin sentirse dueño de ningún secreto, sin honduras ni metafísica. A ciegas se vive mejor, hecho nudo firme a la espera de que alguien lo deshaga y nos explique quién nos anudó, a qué vino ese gesto bárbaro. Tal vez el amor sea una de las formas más perfectas de deshacer el nudo de otro. Quien nos ama, nos desata, nos devuelve a esa pureza que continuamente zarandea la realidad. Escribir es una forma de desanudarme. Leer (cuando uno de verdad disfruta de lo leído) es una de las opciones más sencillas (y a la vez más complicadas, depende de qué se lea) para desatarse. Esta mañana (leyendo bien temprano unos cuentos de Saki) he entendido cosas a las que no alcanzaba antes de que lo leyese. Los buenos escritores lo que hacen, sobre todo, es desatar nudos difíciles. También puede entenderse que evitan que el azar haga nudos. No termino de aclararme del todo. Me oprime la cuerda. Que tengan un buen viernes.
1.11.18
Halloween como amenaza / Libros y armas
I
América no es un país. América es un negocio. Uno integrado de modo que no se advierte la naturaleza enteramente comercial de la patria. Uno con la suficiente confianza en la superioridad moral de sus leyes como para desoír satisfechamente las leyes ajenas, las que ven con horror el hecho de que después de un tiroteo en una escuela se dispare (hay que cuidar los verbos) la venta de armas. Uno convencido de que el mal está afuera y que hay que defenderse de él fieramente. Uno que tiene a Dios en sus billete de dólar, un Dios en el que confía ciegamente y del que espera las mayores ventajas fiscales. Un Dios no muy distinto al que aquí se adora, aunque el americano tiene más fotogenia y se le aprecia más consideradamente, brillando en las homilías evangélicas con el gospel y con todos sus aleluyas. Quizá sea ésta la raíz del asunto, que se sienten bendecidos, que se saben (no sé por cuál extraña confidencia celestial) el pueblo elegido depositado en la tierra prometida, el lugar en donde nacen y mueren los héroes, los que forjan la épica del mundo, los que escriben las grandes páginas. Eso sí, los hijos descarriados, los que no calzan bien en la horma del establishment, barren a tiros a todos los que pillan a mano. Nada que objetar. Incluso la muerte da beneficios. Es más. Es la muerte la que da beneficios. Hoy es el día de la muerte y hay negocios que abrazan la festividad y la celebran. América (ellos se llaman América sin incluir ninguno de los otros países americanos) es un país joven y está en rodaje. Cuando el nuestro tenía su edad todavía no había nacido la Celestina. Quizá sea bueno, en el fondo, que ese rodaje como patria exija vaivenes, torceduras, invasiones, las perturbaciones de rigor que jalonan las páginas de los libros de Historia. El arte de la guerra lo escriben los vencidos y los vencedores, los países invasores y los invadidos, todos hocican su bravura y su honor en su caudal de miserias y de grandezas. Las de ahora son guerras invisibles, en muchos casos. La que batalla Estados Unidos es sutil y lo impregna todo. Ayer celebramos (es un decir eso de que de verdad lo celebráramos) Halloween, que es un rito ajeno, en el que no tenemos nada nuestro, aunque los muertos sean los mismos y el fondo sea parecido. En la escuela se facilita y hasta se potencia que los festejos de Halloween no decrezcan, a beneficio de tiendas de disfraces. Aprender un idioma, el inglés, es también aprender su cultura, pero no imponerla a la nuestra, hacer que sea un fragmento más de la identidad de nuestra nación. La fantochada de Halloween será nociva cuando suprima la festividad de nuestros protocolos mortuorios y el Día de Todos Los Santos pase a mejor vida, cómo se dice. Podemos poner fecha a esa defunción: una generación, dos a lo sumo. Somos de castañas asadas, no de calabazas. Jack O’Lantern es un personaje irrelevante en nuestro imaginario popular. Aquí pedimos por Navidad el aguinaldo (la campaña gorda de la catedral se te caiga encima si no me lo das), no es propiedad nuestra el truco ovtrato, aunque compartan motivación y el español derive del original irlandés. Lo yanki (término despectivo) penetra por el cine, por los libros, por la música, que son ejércitos pasivos que hacen su oficio (el de colonizar) sin que el sujeto colonizado se percate, ni se sienta vulnerado. Ayer parecía carnaval el Halloween organizado en mi colegio. Era un desfile de monstruos del cine y, a falta de modelos o de pasta para adquirir los trajes o tiempo para hacerlos en casa, pasearon personajes nada lúgubres, de poco o ningún predicamento terrorífico. Está mal y va camino de ir a peor. Una cosa es entrar en la pantomima (explicar en clase el origen de Halloween, trabajar vocabulario, poner alguna cancioncilla de casas encantadas y otra, más lesiva, más aberrante también, hincarse de rodillas y convertir el colegio en un cementerio de Maine, a mayor gloria de mi amadísimo Stephen King. Conste que un servidor no ha puesto todavía el basta en la mesa del claustro, pero lo pondrá. Por hartazgo, por negarse a ser embajador de los muertos ajenos, aunque todos sean un poco de todos. No es que el mundo de hoy esté globalizado: la expresión más certera es que está americanizado. Es el negocio el que abre las puertas y deja que entre la mercancía. América es una franquicia, una del tamaño del universo. Nos la cuelan nada más abrir los ojos, nos la venden sin que tengamos la preocupación de que el producto comprado no nos hace más falta que el propio, que pierde en este litigio. Pierde porque no se difunde bien su contenido y su cometido. Estamos más al tanto de las novedades cinematográficas americanas (buenas en muchísimos casos, amo el cine norteamericano) que de las de aquí, que imitan sin éxito el modelo foráneo. Nuestro cine del Oeste (el épico, el universal) es el cine sobre la Guerra Civil. No sé cuántas películas sobre la Guerra Civil se hacen al año, pero deben ser muchísimas. Aturde su cantidad, reduce el impacto de incluso la más lograda.
II
El Congreso de EE UU aprobó por primera vez la inclusión de la frase In God We Trust (En Dios confiamos) en las monedas en 1864 durante la Guerra Civil. Después se rubricarían en los billetes. Podían poner un Colt 45 en esos billetes. No desentonaría. El buen americano sabe que el rifle es el sustento emocional de su ideario patriótico. Fue el rifle el que hizo que se tendieran las vías del tren y la civilización se extendiera del flanco atlántico al pacífico, pero no fue un avance limpio, ninguno lo es. Se ocuparon las tierras de los nativos sin que prevaleciera respeto a las tradiciones. Las demolieron, crearon una especie de odio a la raza que todavía impera. Da igual que sean negros (que contribuyeron forzada y estajanovistamente al florecimiento económico del país recién construido) o indios o asiáticos. No dudo que se perciba a diario el esplendor de la cultura y de la tolerancia y, al tiempo, su reverso, el paulatino e implacable avance de la barbarie, del odio al otro. Les protege Dios, les comprende Dios. Tienen de Dios cierta idea personalizada de propiedad. La suya excluye las ajenas. Les pertenece, protege y ampara. Dios salve a América, dicen los más envalentonados. Arrogarse el favor divino, en detrimento de otros solicitantes, siempre me pareció una frase lamentable. Hace del Dios en el que creen un sujeto caprichoso, que atiende a quien más le complace, como el padre que abraza al hijo pródigo y le hace desaires al descarriado, al que no obedece. El país de las barras y las estrellas es el país de los sueños, el país elegido por la divinidad para que la prosperidad, la bondad y la felicidad sean sus señas de identidad. Por eso venden armas como el que vende paraguas. Hay que ser un excelente comerciante para vender en el mismo mostrador libros usados y armas. También pudiera ser a la reversa y las usadas fuesen las armas y nuevos los libros. En el mismo lote. Sin fractura en el mensaje. Con una continuidad moral asombrosa. Luego está el país que inventó el jazz e hizo el mejor cine que conozco. Un país al que uno admira sin ambages por motivos culturales, por cómo ha manejado los hilos de la industria del ocio inteligente (lo de cultura parece que queda para conversaciones de más hondura, no ahora) y ha colonizado (sin que nos sintamos violentados por la injerencia, aunque haya ocasiones en que nos salga lo yanki por las orejas) al mundo entero. Creo que hace años escribí en esta misma casa un post en el que hablaba sobre la América que amo. No he dejado de hacerlo. Amo la América del cine negro de los años treinta y cuarenta, amo el jazz casi por encima de todas las cosas, amo la literatura de Mark Twain, de John Cleever, de Stephen King o de Raymond Carver, por citar los primeros que se me han venido a la cabeza. Hay tanto que amar en ese país que uno, en su prudencia, no lo mira mal, pese a que no faltarían motivos. Lo de Trump es un paso atrás, un gigantesco paso atrás, pero no deja de ser una enfermedad curable, de la que saldrán en cuanto la sensatez se asiente y los malos tiempos (son malos, están pasando) no hagan que el votante oriente la urna al extremismo, pero no es sólo Trump. Es un país gigantesco, se libran adentro suficientes batallas y se representan suficientes tipos de sociedad que da igual que exista un trump o un obama; en cualquier caso es un filón para cualquier sociólogo. Importa poco que se afinque allí o afuera. América es un escaparate enorme. No tienen el pudor de sus ancestros europeos: todo lo airean, a todo le dan difusión, les fascina que se les observe, da igual que empuñen una arma o una biblia, es lo mismo que pongan calabazas en la puerta de sus casas o trinchen el pavo en el día de Acción de Gracias. Todo es exportable, todo tiene tasa y tiene precio. El negocio es boyante. Sigue haciendo caja.
28.10.18
Oh cielos
Este es el atlas de las nubes: https://cloudatlas.wmo.int/home.html
26.10.18
La aventura del orden
Al orden no le incumbe la belleza del mundo. Es el caos el que la alumbra. Del orden puro solo se percibe la rigidez, el estado matemático de las cosas, su concilio cartesiano y puro. L pureza nunca reveló la naturaleza humana. El desorden es el principio, el vértice donde empezó todo. Siempre me manejé felizmente en el desorden, en la improvisación, en la periferia, en la lírica dulce de lo que no sabe uno. No creo que el orden me termine por conmover e ingrese en el ejército de sus adeptos, pero hay días en que me desdigo y gustosamente lo abrazaría. Uno va aplazando las cosas de importancia y llega un momento en que termina comprendiendo que no importa lo tarde que se llega a ellas sino la convicción con la que se llega. Ahora estoy en el periodo de transición modélica. Tengo en casa los cajones como Dios manda y no amontono los libros en las baldas, en horizontal, apilados de cualquier manera, sino que los alojo en donde deben estar. Ayer, buscando un libro en mi biblioteca, me sorprendí separando los cuentos de Poe (la vieja edición de Alianza con portada de Alberto Corazón) de una selección de poemas de Alberti. Pensé: no terminarán bien, no tienen nada que ver, son dos visiones completamente diferentes del mundo. A Poe le interesaba el caos y a Alberti, más que el caos, la luz del caos, el sonido del caos, todo lo que trae el caos y no exactamente caos. Me abrumó esa idea absurda, la de poner distancia entre Poe y Alberti. Si la llevara a término en toda la biblioteca, sería una empresa que no tendría fin. No sé quién sería compañero de lomo de Bukowski. Henry Miller tal vez. A Bécquer lo pondría con Ruben Darío. A Stephen King con todos los demás libros de Stephen King. Con Stephen King no habría problema. Tampoco con Borges, el ciego de manos precursoras y más libros en su cabeza que en las propias baldas. Los libros se abrazan cuando no estamos, dialogan, pensé una vez. Lo conté en una clase de alumnos de instituto. Se quedaron a cuadros. Creo que fue ahí, en la historia de los libros que se buscan, cuando algunos desconectaron definitivamente. Eran las cosas menos razonables que escucharían cuando acabase el día. Algunos tendrían examen de matemáticas en el siguiente tramo y estaban perdiendo el tiempo escuchando a un tipo grande que hablaba sobre la inconveniencia de que unos libros estén a la vera de otros o de que jamás podrían estar juntos los Ensayos de Montaigne con cualquier librito de Coelho. Una alumna levantó la mano y me dijo que haría eso con sus discos, nada más llegar a casa. A veces tiene uno ideas absurdas que fascinan a otros. Las mismas palabras que decimos podrían ordenarse para que unas no estén arrimadas a otras o, venido el caso, hacer justamente lo contrario: afanarse en que las palabras que se dicen sean las justas, las que puedes revisar sin que falte ni sobre ninguna y el texto (el hablado, el escrito) sea el único posible de entre millones posibles. El verdadero milagro es que podamos elegir de qué hablar y, una vez rebasada esa primera brecha, podamos elegir cómo hacerlo, con qué instrumentos nos haremos entender. El orden es, en el fondo, un milagro. Uno de los que nos salvan, probablemente. Toda la belleza que hay en el mundo proviene del desorden, pero es su anverso (su indeclinable anverso, el maravilloso orden) el que nos apacigua y nos hacemos mirar con detenimiento esa belleza y apreciarla enteramente y disfrutarla sin pérdida. El orden es una aventura y a veces tiene su métrica.
23.10.18
Benditos pleonasmos
Todos mis textos son una opulencia de ideas terciarias. Desbarro, me explayo más de la cuenta, paseo la periferia y miro desde esa distancia el centro seminal, el origen y el fundamento. No difiere este procedimiento al que practico cuando hablo. También ahí equivoco el propósito. Empiezo hablando sobre el predicamento de la banca en la judicatura y termino enredado en la crisis abierta en el Real Madrid. Si es a mí a quien habla viene a suceder más o menos lo mismo. Quien me confía lo que piensa no tiene la convicción de que yo lo recoja íntegramente y lo entienda sin pérdida. Hay mucho que se queda por el camino, no sabemos nada de esa información sacrificada (esos sentimientos sacrificados), no podemos rescatarla, hacerla valer, imponer su realidad a la realidad para que se difunda.
Toda la literatura (la bendita literatura) es un estado de ánimo y, puestos a apurar el pleonasmo, una transcripción de ese estado de ánimo. En lo transcrito siempre hay pérdida. La literatura es un archivo comprimido, una especie de MP3, aunque a veces sea de una calidad asombrosa. No sabemos cómo funciona la cabeza del escritor, ni la de quien no escribe, no se sabe bien qué excluye y por qué o las razones por las que algunas cosas sobreviven y se vuelcan en el texto y otras se sacrifican, no prosperan, se quedan en el camino y no ingresan en la elección de un modo de expresarse o de una trama. En la novela en la que ando (no la he dejado, sigo en ella) escribo como si no fuese cosa mía lo contado. Siento que los personajes toman propiedad de mi persona, la zarandean, imponen su criterio, irrumpen en mi quehacer diario.
Siendo la primera vez que escribo algo que pase de las tres hojas, entiendo que será lo normal. No sé si alguien ya curtido en novelas podría decirme si es correcto o no eso de que lo novelado ingrese en lo real y perturbe su decurso. Ahora me caigo de sueño. Aunque sea una hora, voy a cancelar la realidad, nada me suele apetecer más a esta (bendita) hora.
14.10.18
Tempo Pub
Priego de Córdoba, Abril 1992
12.10.18
En el día de España
Las cosas más sencillas
3.10.18
El corazón más pequeño, el corazón más grande
Son los niños los que hacen que la esperanza en la bondad se abra paso en la fronda tosca de los adultos, son ellos quienes brillan cuando la oscuridad se cierne en torno y la sentimos bien encima de nosotros, ocupando el aire que respiramos, los espacios que dejan las palabras cuando se piensan. Lo que más aprecio de mi trabajo (soy maestro) es la posibilidad de que tenga niños cerca, que unas horas al día sólo trate con ellos o con compañeros de oficio que (lo perciban o no, lo expresen o no) también se alimentan de esa inocencia y la alojan en su interior, con más o menos fortuna que yo, pero inevitablemente sucede así. Luego salimos a la calle, encendemos la televisión, contemplamos las perversiones de unos y las maldades de otros y agradecemos que tengamos en nuestras manos el depósito de esa bondad y la responsabilidad de una parte de su tutela; la otra es de los padres, aclaro por si alguien piensa en que toda esa responsabilidad recae en la escuela. El corazón más grande lo tienen ellos. Después se va empequeñeciendo, se encallece. Después se quita de en medio, no está siempre que se le precisa, no nos echa una mano, una de las manos que tiene, aparte de las rodillas o de la cabeza. El corazón es un cuerpo completo en sí mismo, pero conforme se hace mayor, a medida que se gasta, pierde órganos, los deja en el camino, va perdiendo las manos, los ojos, el corazón dentro del corazón que conocemos. Al final todo es cabeza, plenipotenciaria y sibilina y ruda cabeza. Todo es pensar, al sentir se lo arrumba, al niño lo olvidamos, no contamos con él, no pensamos en si queda algo por ahí, susceptible de ser izado a la superficie y puesto en marcha. Ahora me voy al colegio.
2.10.18
El mar
1.10.18
El beso alado
30.9.18
26.9.18
Pensamientos recurrentes
Hay cosas que piensas de las que te deshaces enseguida, no crees que sean buenas, sospechas que te harán daño o que no dejarán que otras que se te puedan ocurrir fluyan y ocupen tus pensamientos. No tiene uno gobernanza sobre lo pensado. Por más que se desee, hay que claudicar, aceptar que irrumpan en nuestra cabeza cosas que no nos convienen. Son tan terribles que no es posible que puedas festejar que las venciste. Nada más pensar en ellas, vuelven. Incluso vuelven con más ahínco y permanecen más tiempo, causando un estropicio mayor. El pensamiento recurrente no tiene que ser malo en todas las ocasiones. Hay cosas que piensas que no tienen maldad alguna, pero hasta ésas, las livianas en peso o en hondura, desquician al más preparado. Fascina que una parte de ti escape a tu control, no se deje ordenar, no sucumba cuando la sancionas. Parece que existiese otro allá adentro y se entretuviese en perturbarnos, en desquiciarnos. Piensas en una novia que tuviste o en Epi y Blas o en los vampiros del cine mudo o en el cantante de Kiss o en tu madre vestida de lagarterana. Anoche pensé en Trump. Vino a mi cabeza su discurso en el atril de las Naciones Unidos. Ah horror de los horrores, todavía está ahí, no ha dejado de estar, yo creo que he soñado con él, aunque no pueda recordar ahora nada de lo soñado. Tendrá que venir otro pensamiento y desplazar al que ahora me molesta. Espero que sea feliz y no me altere mucho. Hay días que empiezan mal. Que el vuestro sea bonancible y no haya ningún pensamiento recurrente ingrato que lo derrote.
22.9.18
Eclipse de sangre
La luna de anoche, la de sangre, medra en la memoria, la ocupa entera a ratos, silencia las lunas antiguas, las blancas o las acuertaladas en su timidez o las de plenitud incivil y desafiante, aplaza la claridad del día irrumpido hoy, hace que no prospere la luz, a pesar de su dureza de verano. No sabemos qué fue de ella, si ese limbo suyo tenebroso quiso contar algo y no supimos entender o no quisimos, por temor, por la cautela ancestral alojada en nuestro pecho. No sabemos nada, no tenemos ningún mapa suyo, nada fiable a lo que aferrarnos. La luna es un descuido de Dios. El hombre es una anomalía. Le incumbe sólo su influjo, su secreta terquedad, su anhelo sin dueño.
21.9.18
Decálogo (III)
Hacer de vivir un secreto sencillo y puro y morir tal vez después sin misterios ni hondura, con toda la evidencia del amor varada en la voz como un canto que aspira, en la distancia, a ser himno.
II
Al alma la astilla el tiempo, su eco inasible de marcas muy dulces.
III
La vida la sé, su costumbre, el racimo de sangre distinta aventada a mordiscos mientras la piel alienta vértigos, funda prodigios, arde en calma, muere sin estrépito.
IV
Ser tan sólo el que observa, sin adelantar el gesto, ni ocupar con el verbo el aire.
V
Tan gacela, Sara, el tiempo en la almohada.
VI
Fiesta nuevamente en el jardín. Han venido todos. Esta vez es posible Let it be.
VII
Desciende, cuerpo, a tu semilla.
VIII
Los días son números. Habrá de cesar el cómputo.
IX
Procura el amor alminares, báculos, palabras que explican el Big Bang, un poema de Claudio Rodríguez.
X
¿Quién no ha tenido una novia rusa, doliente y flacucha, que recita párrafos de Tolstoi?
20.9.18
Decálogo (II)
Vivir con absoluto desparpajo.
2
Ser poeta para qué si T.S. Eliot murió solo sin que una sola línea suya lograra poner cerco a la muerte, brida al vasto olvido.
3
A veces consiente una opulencia de olores la noche, oro suspendido en el aire, tristeza que de lejos anuncia la inútil contienda de los abrazos.
4
Los días fingen ser versos. La vida, literatura.
5
Hay una ebriedad invisible. La voz, trémula, percute el aire alucinado. Las palabras festejan la luz mordida, el eco frívolo, el tiempo tan breve. Se duelen, resaca adentro, rotas. La luz estalla en un adjetivo.
6
Qué almíbar en la sangre.
7
Anochece en el azucarero. Taconea, pasillo abajo, la tristeza. Se ven tan poca cosa sus perritos que, a la luz de las linternas, parecen algas.
8
El secreto donde aguarda es en la sílaba más oscura. Aire que herido a lo lejos pulsa la luz con su música ebria de fatigar los cuerpos. El amor se presiente y se deja amar y en el abrazo muere.
9
Arde lo que importa.
10
Las avenidas en Hollywood, de noche, siempre conducen a un desvarío.
18.9.18
Cerdos
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