(Fotografía: Emilio Calvo de Mora, Praga)
Hay sillas que no sólo tienen el oficio de que se las ocupe. Valdrían incluso sin ese cometido. No son sillas en realidad, no se ha acuñado la palabra con la que referirse a ellas. De antiguo sabemos que lo que no se nombra no existe. De noche, tarde ya, cuando la calle registra menos o ningún trasiego, inquietan las sillas, dan la sensación de que, al modo de las puertas, ocultan algo.
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