9.11.18

Historia de nudos



Son los nudos los que tienen las respuestas y no sabemos escuchar lo que dicen. A su modo, según engarcen su cuerda modestísima, los nudos entienden el mundo. Los hay de una reciedumbre infranqueable, nudos antiguos a los que les va bien la intimidad de los años y la promesa de la eternidad. Nudos que confían en la dureza de su estirpe, en su fortaleza sin desmayo. Otros, sin embargo, piden a gritos que le metamos los dedos y los liberemos. Un nudo liberado es una celebración de la justicia. El nudo manumitido de sus obligaciones es también una celebración de la vida, un festejo del tamaño de una catedral o de un cortejo de nubes que ocupen el entero cielo. En aprender lo que dicen los nudos se puede tardar una vida completa. Hay quien tiene oído y le basta recomponer la figura primera y romper el hechizo bizarro de las cuerdas. Nada más extender la cuerda, se oyen las palabras que la cuerda dice. Explica el dolor y explica el llanto. De la historia de cada nudo podemos inferir la historia de quien lo hizo. El nudo que yo soy todavía no tiene quien lo explique, como el coronel del trópico al que no le llegaban nunca cartas. Ni siquiera yo mismo, ocupado en comprender en qué rango incluirme, alcanzo a vislumbrar una brizna de luz. Sé que hay quien no sabe que es nudo igual que los árboles no árboles o la piedra desconoce su condición de piedra. Igual que las abejas, cuando liban la flor, ignoran que son abejas y que debajo, sumisa y lasciva, la flor se llama flor y es un milagro de la naturaleza. Ya digo que hay milagros que no permiten la posibilidad de escudriñarlos y tratar de comprender la razón que los mueve. No sé si yo soy un milagro. Imagino que lo soy en cierto modo. Que lo que hago a diario responde a un plan secreto que no me ha sido confiado. Sólo pensar que no soy dueño de mí mismo me hace discurrir con más perplejidad y termino abismado en una extraña convicción: la del asombro, la del bendito asombro, la del nudo que pide a gritos que lo liberen, la del libro que tan sólo anhela, en su interior marcado, que se le lea.. No saber qué nudo soy, no entender qué milagro me transporta, no poder entrar en esas intimidades del alma y, sin embargo, disfrutar con la ignorancia, hacer como que se vive mejor sin saber, sin entender, sin sentirse dueño de ningún secreto, sin honduras ni metafísica. A ciegas se vive mejor, hecho nudo firme a la espera de que alguien lo deshaga y nos explique quién nos anudó, a qué vino ese gesto bárbaro.  Tal vez el amor sea una de las formas más perfectas de deshacer el nudo de otro. Quien nos ama, nos desata, nos devuelve a esa pureza que continuamente zarandea la realidad. Escribir es una forma de desanudarme. Leer (cuando uno de verdad disfruta de lo leído) es una de las opciones más sencillas (y a la vez más complicadas, depende de qué se lea) para desatarse. Esta mañana (leyendo bien temprano unos cuentos de Saki) he entendido cosas a las que no alcanzaba antes de que lo leyese. Los buenos escritores lo que hacen, sobre todo, es desatar nudos difíciles. También puede entenderse que evitan que el azar haga nudos. No termino de aclararme del todo. Me oprime la cuerda. Que tengan un buen viernes. 

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