12.10.18

En el día de España


En cierto modo uno es de aquí como podríaa haber sido de cualquier otro lugar. Se es cristiano o musulmán o escandinavo o de Argelia sin que exista una voluntad para alcanzar ese destino en lo universal. Celebrar la Hispanidad es un exabrupto obviable, pero tiene su lado lírico, el de ser de algún sitio o el de sentir que el país en el que vivimos es parte nuestra al modo en que lo es el salón de la casa o los amigos que buscamos. No tengo yo una querencia íntima hacia lo español, pero tampoco rehuyo que, en ocasiones, la españolidad sea una parte mía, una en la que me identifico y que, como a los del noventa y ocho, me duele. Los festejos de las Fuerzas Armadas me quedan grandes, aunque uno entienda que los Cuerpos de Seguridad del Estado existan y cumplan (esperemos que con honradez y arrojo) al cometido que se les impuso, el de salvaguardar el bienestar al que aspiramos o el poco o mucho del que disponemos. No fui un buen soldado, no entendí que la patria contara conmigo, pero hice mi trabajo lo mejor que pude y acabé comprendiendo que no puede uno ir por la vida en una anarquía militantes. Quienes la ejercen, la anarquía, la negación de los símbolos de la nación, me inspiran respeto, aunque difiero más de ellos que del ciudadano mesurado que mira con educación la bandera y acata las normas de la cosa pública, va a votar, acepta que su voto no sea el dominante y no entre a misa si entiende que nada de lo que se dice dentro del templo no le incumbe o, caso contrario, maravilloso caso contrario, comulga con los preceptos de la curia y reza para que todo se alivie y el sol brille con esplendor cuando amanece. 

Pensé en España, como país, cuando murió el francés-armenio Charles Aznavour hace pocos días. Aquí no se estilan los funerales de Estado al modo en que se tributan en Francia o Estados Unidos. Tenemos la equivocada idea de que habrá quien lo repruebe, quien mire el carnet político del difunto y poco o nada su legado o el talento con el que se granjeó la admiración popular. También la de no tener el sentimiento del agradecimiento. Un país que no homenajea a sus mitos propende con más facilidad a cuartearse y con mayor rapidez se escinde. No hay nada que nos cohesione como nación. De hecho ni esa misma idea de nación entusiasma: sólo moviliza fragmentadamente, únicamente cuenta con adhesiones parciales. Aquí avergüenza despedir con honores a nuestros muertos ilustres. España se echó a perder como casa común en algún  momento de la Historia. Sólo la euforia deportiva extrae ese apasionamiento. Ahí no escuece alardear de país, enseñorear la bandera, entonar con titubeos el himno, hasta amañarle una letra. No es que flaquee el pueblo, no es el pueblo el que escatima muestras de dolor: es algo más inasible, es el cansancio o la pereza, la maldición de que no nos gustamos, de que España no es nada a considerar, salvo cuando el orgullo nos engorda el pecho al ganar un concurso internacional de canciones o una competición deportiva. Luego está el desamor hacia nuestros ídolos. No queremos ídolos, no somos lo suficientemente agradecidos hacia quienes tienen algún tipo de magisterio en alguna disciplina artística, política o social. Criticamos a Nadal si no se remanga y ayuda en las labores humanitarias en una zona devastada por la lluvia y lo criticamos si se queda en casa y no coopera. Siempre habrá quien encuentre razones para una cosa o para la otra. Lo de Aznavour, que fue un francés extraño, dicho sea de paso, me conmovió. Cuando murió Monserrat Caballé hicimos lo previsible, no caímos en la cuenta de que fue ella la que paseó el nombre de su patria por los escenarios de todo el mundo de un modo magistral, nos guste la ópera o no. Hay que cuestionar siempre lo que se ve, no vale la obediencia a ciegas, es mejor no ser español por los cuatro costados y serlo a sabiendas de que ese oficio es más natural que su contrario. Somos españoles, tenemos a España como madre patria, aunque las madres a veces nos perturben y extraigan de nosotros la parte turbulenta que no aflora con otros semejantes. Uno a veces querría que no avergonzara la bandera o el himno o decir España en lugar de este país. Los eufemismos miden la riqueza emocional o espiritual de un país. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendo texto. Son mis palabras, pero las escribes tu. Adrián Gandara

impersonem dijo...

A mí tu texto me produce sentimientos encontrados... no sé muy bien cómo colocar (mejor que encajar que resulta más forzado, y en esto de las ideas, y en casi todo, vale más maña que fuerza) en mi idiosincrasia los elementos que citas de la identidad patria... y según los citas... no llevo bien la etiqueta de "ídolo" para los humanos que destacan por sus habilidades o conocimientos... por lo demás, e incluso con eso que he citado, el texto es excelente...

Saludos.

JLO dijo...

acá en Argentina a pesar de ser un poco hijos de ustedes somos todo lo contrario... exaltamos todo: ídolos, bandera, protesta, etc... pero ojo, para después destruirlo...

es decir, no se con que me quedo... España a la lejanía y a pesar del nefasto 12 de Octubre es un lindo recuerdo siempre... en fin, hispanos.... saludos!

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