8.8.19

La discrepancia

Uno discrepa a tientas, como si a la vez que discrepara hiciese un cálculo de las consecuencias de esa disidencia y pesara qué mal podría acarrearle no haber asentido a tiempo o haber disentido tan a la ligera, sin esperar a que se tuviese una idea completa de lo que se le requería. Lo ideal sería darle un tiempo a todo, no caer en la la comodidad de las respuestas rápidas, las que se dan sin haberlas rumiado, sin que se asienten y tengamos de ellas un dominio mayor. En la vida, en su quehacer diario, hay montones de situaciones en las que se te exige que des un sí o un no y no es tan fácil. Querría uno (insisto en eso) prorrogar la respuesta, dilatarla, no dejarse llevar por las circunstancias, pero nunca obramos con esa cautela y respondemos. Decimos sí o decimos no y luego no hay manera de dar marcha atrás, ya no se puede volver al momento en que pudimos atinar, pero desbarramos, no se sabe bien por qué, tal vez por razones que fueron buenas entonces y ahora no lo son, vaya usted a saber. Discrepar es divertido, si se piensa. Tengo un amigo que lo hace por costumbre. Discrepa por no involucrarse, disiente por precaución. Hace bien, creo. Yo he intentado en ocasiones imitarle, pero no me sale, se me ve a la primera que hablo por hablar, lo cual no es recomendable nunca, aunque a uno le guste que los otros se explayen a veces y digan cuanto se les ocurre y de ahí se extraiga algo con lo que continuar la conversación o con lo que conservarla.

A mi amigo M. le sucede esto continuamente: discrepa, difícilmente se adhiere al decir del otro, aunque lo comparta a trozos. Lo que le fascina es la puesta en marcha del mecanismo oratorio, por decirlo de alguna manera. Se le ve alicaído si a todo accede y con todo está conforme: no es su ser natural, si es que tenemos alguno por ahí adentro. A M.. lo de disentir se le da muy bien porque llevo años practicando. Lo hace sin conciencia tal vez, pero se ha ido puliendo el oficio de los argumentos y hasta la textura de la voz y la composición de los gestos. En pocas ocasiones le he visto adherirse a una causa que no haya sufragado él. En la intimidad debe actuar a la reversa, imagino. No es posible mantener esa línea de acción a tiempo completo. Debe causar agotamiento. En casa, cuando no está siendo observado por ajenos, lo presumo paciente y conciliador, poco dado al combate dialéctico. Tal vez todo obedezca a un plan muy pensado consistente en exhibir dos perfiles: el que discrepa, el que diverge por puro regocijo intelectual y el otro, quizá no menos auténtico, el que coincide, el que conviene en todo y todo lo acata. Ignoro cuál de ellos está leyendo esto que escribo. Me lo dirá cuando nos escribamos. Hace que no le veo, vive lejos, no sé si ahora es otro y esto le parecerá extraño y desatinado.

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