En Polonia hay muchísimas iglesias. El polaco es creyente y es practicante de su fe. El comunismo no borró las creencias, bien al contrario. Ese fervor fue la reacción del pueblo sometido por el régimen soviético, de antigua tradición religiosa y más tarde quirúrgicamente extirpada por el aparato estalinista. Es curioso ver todos esos templos, centenarios en su mayor parte, abiertos al culto a casi cualquier hora del día y agasajados de fieles que entran y salen un momento y luego regresan a sus quehaceres.
De noche están iluminados. Se las ve de lejos, irradian su belleza, reclaman que se las visite y rece en ellas. Las vitrales, lujosamente policromados, invitan a entrar. Las torres, esbeltas, izan al cielo su vocación de anhelo, el de la fe, de la que carezco, tal vez desgraciadamente, no es cosa ahora de ahondar.
Adentro, en algunas en las que he entrado, se percibe una digna pulcritud espiritual que no malogra el hervidero de gente que pasea en las calles, ese ruido urbano que bulle como una sordina moderna, bebiendo jarras de cerveza y comiendo pierogis en los veladores. Se adquiere casi con brusquedad la sensación de haberse desprendido de un traje y vestido otro, no se precisa instrucción, ni el aval de la fe, pero cuesta pensar que su efluvio (sea eso lo que sea) no nos impregne. Tal es su celestial propósito: convencer, hacerte pequeño ante la majestad de la piedra y la elocuencia de las tallas.
Son, por lo general, no todas, algunas son de reciente apertura, tras la conversión a la democracia, basílicas recargadas a conciencia, barrocas con colmo, acéptese la redundancia, como si las manos constructoras hubiesen apurado adrede todas las imágenes posibles, todos los símbolos disponibles y los hubieran dispuesto para allanar el camino del hombre hacia Dios. Muy polaco Dios.
El altar no es la parte de más ornato. No hay pompa ahí, ni el fuste visible en los templos acostumbrados en España. Se basta la cruz y un pequeño, por funcional, púlpito, pero el milagro de las iconografías te envuelve en cualquier otro rincón.
Consentido el ladrillo, por escasear la piedra, las Iglesias fueron derribadas y vueltas a levantar, daba igual que fuesen protestantes o cristianas, todas contestaban al deseo del diálogo espiritual, amplificado también con la presencia de sinagogas, pues la población hebrea fue abundante y no tuvo austeridad financiera, ni remilgos para que su mensaje calara, trascendiera y ocupara un lugar de culto entre los otros, no fuese que se difuminara y acabara desdibujándose y perdiéndose.
Abunda lo fantástico, conmueve esa destreza en traducir en imágenes (tallas, mobiliario, techumbre, columnas, bancadas, cuadros o estatuas) la pasión y la muerte de Jesús. Y no solo prevalece la ampulosidad barroca o la gótica: coincide con ella la arquitectura contemporánea, menos ostentosa y más ocupada en representar la protesta (el polaco es un sindicalista forzado por las circunstancias y por las contiendas sociales ) y hacer que se extienda por cada barrio, por pequeño que fuese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario