23.8.19

John Coltrane y el origen del cosmos

El big bang  debió ser la primera tos de Dios, un Dios enfermo o un Dios solo al que se le ocurrió la trama primera de las cosas. El big bang fue todo lo que vino después de esa primera tos fundacional. O en lugar de tos fue un estornudo. Lo que hubo, a decir de los científicos que ahora dicen haber detectado las ondas del primer chasquido del universo, fue un temblor, un temblor sutil, una brizna de temblor, un sonido en mitad de un silencio absoluto, una luz en la oscuridad perfecta o un nanosegundo (será incluso menos de un nanosegundo) en el cómputo novicio del tiempo. Después de la tos o del estornudo o del temblor o de la luz vinieron todas las demás cosas. No tenemos capacidad para razonar ese parvulario primitivo, de verdades cuánticas y de incertidumbres teológicas. O será al revés: de verdades teológicas o de incertidumbres cuánticas. Creo que no entendemos casi ninguna, pero lo que importa es el viaje, la sensación de plenitud que uno encuentra en la duda, en todo ese marasmo de incógnitas a las que casi nunca damos respuesta. Son casi catorce mil millones de años para que yo hilvane mis asuntos y los registre mientras John Coltrane sopla como si no hubiese vida después de la última nota, cuando la canción termina y reina el silencio. El universo es como un solo de John Coltrane: no lo entendemos, no sabemos a qué obedece ese hilo de notas, pero nos perturba, nos acerca a la belleza, por más que no sepamos definirla. Está John Coltrane sincopado y cuántico, teológico y sucio, buscando en el alma el trozo de Dios que le explique el bang, la lluvia obstinada, el cielo azul, la carne débil y el aire espléndido. Dios sigue tosiendo, pero ya no le hacemos caso. 



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