7.3.18

Mierda de paloma


¡Qué profunda emoción recordar el ayer cuando toda Venecia me hablaba de amor!
(Venecia sin ti, Charles Aznavour)


Varios informes alertan cada pocos años del peligro medioambiental del guano, el excremento de las palomas. Alarma pensar que las más de cien mil censadas en Venecia obren a su animal antojo. Ocupan mesas en las terrazas de los bares, impiden que los viandantes, locales y foráneos, ejerzan a placer ese sencillo acto locomotor y, en última instancia, probablemente la de más peligro, portan hongos, bacterias y parásitos. Se les tiene el afecto que no merecen.
En lo que va a mi cuenta, no les tengo querencia alguna. En realidad, me asquean, me cuesta comprender que representen la paz. La culpa la tiene Noé, imagino. Se le ocurrió soltar la paloma y confió pacientemente en que volviera y le contase si las aguas se habían remansado y la vida recobrado su pulso. El ave regresó con la rama de olivo en el pico y todo fueron festejos y agradecimientos a la divinidad. Mucho más tarde, infinitamente más tarde tal vez, le dio a Picasso por pintar a esa paloma con esa rama de olivo y en 1949 un cartel del Congreso Internacional de la Paz tomó esa paloma con esa rama en el pico como motivo alegórico, pero tendría que haber un consenso para que se les retirara ese lugar noble en el que se alojan. Por mi parte, no tienen más consideración que los murciélagos o los cuervos. La parte salvaje que todos amasamos dentro, miente quien asegure que jamás sintió la tensión de la violencia pura, pide que le retuerce el cuello a una o que, de ponerse a huevo, le propine una patada y la estrelle contra una pared y se desparramen sus alienígenas vísceras. No se me ocurre nunca actuar como indico, no tengo el instinto tan epidérmico, me contengo, me alivio mirándolas con desdén, exhibiendo con timidez, como para mis adentros, el asco que les tengo. De mi corta estancia en Venecia recuerdo muchas de esas palomas. Leí después que el Ayuntamiento de la hermosa ciudad adriática prohibió, bajo severa multa, que la ciudadanía las alimentara con las habituales pipas, avellanas y demás alimentos consumidos por la horrenda ave. Luego están las históricas piedras que arañan con sus patas o dañan con sus picos. Y el guano, ese agente tóxico que corroe a su gusto y destruye lo que no pudieron cientos de años de hermosa Historia. Una deyección de paloma es una bomba, apreciados lectores. Cientos de miles de deyecciones efectuadas a diario es la madre de todas las bombas. No sabe uno si posicionarse en este lado de las cosas granjeará desafectos entre quienes las adoran y creen que, en efecto, representan el noble y alto ideal de la paz. Tampoco es que sea un asunto trascendente. Es cosa baladí esto de las cacas de las palomas, una especie de divertimento de miércoles que, tras un día con escaso o ningún descanso, ameniza la noche mientras se hace tiempo para una cena frugal.

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