“Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas. "Pero si todo es excepcional", piensa Pierre.”
Julio Cortázar, Las armas secretas
Hay ocupaciones banales que incomodan la ejecución de algunas tareas más elevadas, pero habrá quien prefiera poner el lavavajillas o tender la ropa antes que meterse en la faena de recorrer junto a la Maga las calles de Paris o leerse los ensayos de Montaigne (ando enamorado de una edición de Acantilado que caerá en breve). Me confesó K. que la vida mundana (la doméstica, la irremediable) le restaba tiempo para ocuparse de asuntos de más fuste. Las cosas elevadas, añadí yo. Luego está aclarar qué es elevado y qué no. Lo de la elevación está perdiendo prestigio. Barrer la casa, en cierto sentido, no entusiasma como acomodarse en el sofá y abrir Rayuela por cualquier parte, ya saben que se puede, y acometer la lectura de su trama. Recoger los platos después de comer no se parece en absoluto a meterse la Quinta de Mahler, sobre todo el monumental quinto movimiento. Salir a la calle y esperar una hora de cola en la pescadería no llena, no es el objeto de una vida. Salvo que uno sea un enamorado de las lubinas y no le salga a cuenta ir un par de veces por semana a restaurante para consumirlas. Vivir es tener siempre a mano un plan de evasión. Cada uno formula en su cabeza el que más le conforta. Quien se extasía en la contemplación de una bandada de pájaros sobre unos árboles o quien pasea tozudamente las calles en la creencia de que el amor le robará el corazón y volverá a casa prendado de un rostro o de una manera de andar. Quien se esmera elaborando un arroz caldoso o se viste de forma admirable. Creo que en todas estas formas de realización personal (concluyó K.) hay una intención artística. El arte no sólo se circunscribe a esas disciplinas de las que siempre nos hablaron, las que puede enumerar cualquiera y en la que todos coincidimos.
Y sigue K, a lo suyo, desbocado: ayer vi a un carnicero despachar una pieza en su mostrador y quedé hechizado por la soberbia habilidad con la que apartaba los trozos inservibles, extraía los útiles y mimaba su vuelco sobre el mármol, procurando no malograr un ángulo sobre el que el cuchillo entrara más limpiamente, concentrado en no cometer error alguno, como un bailarín ocupado en no perder una nota de la música, mágicamente izado sobre el suelo. No solo está la literatura o la escultura o la música: al arte le concierne cualquier disciplina. Se puede lograr un grado absoluto de brillantez en casi cualquier cosa que podamos pensar. Cortázar lo dejó dicho: no es igual dar la mano que dar la mano. Será otra la mano, la ofrecida y la que la requiere. Creemos que salimos a la calle y paseamos como si fuese algo repetido y no es así. En realidad siempre salimos por primera vez. No hay dos maneras de salir iguales. Lo que hiciste ayer y crees haber repetido hoy es infinitamente otra diferente cosa. Es como el río de Heráclito, pero en trivial y campechano.
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