La pereza es una bruma confortable. Uno se declara un poco Bartleby y cancela toda posibilidad de abordar una empresa. Lo expresa con el mayor tacto posible, pero prefiere no hacer nada, no involucrarse en nada, no sentir que los demás esperan algo de uno mismo y aplicar el esmero esperable. Se dedica a asuntos mínimos, de escasa o nula nombradía. El cuerpo (con la perpleja cabeza al timón) no entiende de penalidades. Tampoco de honduras a veces. Una vez cancelada la metafísica, todo fluye más armónicamente, con mayor desparpajo y oficio. En la superficie, al ras de las cosas, se vive bien. Ha habido tiempo y habrá para la prospección habitual. Quisiera uno pasar desapercibido. Quizá no desapercibido del todo, pero retirado de la rutina, a salvo del vértigo y de la fiebre con la que se manejan los días en ocasiones, conmovido por la pereza, obligado a contarle los secretos, afincado en su territorio pequeño, de susurros, de palabras que apenas se izan en el aire, caen y pierden una parte de lo que desean revelar. La primavera, que todavía no ha llegado, aunque la refrende el calendario, ronda a hurtadillas la ventana. Hoy hace un frío escandaloso en mi pueblo. No sé si siberiano o lapón, pero justamente el tipo de frío que reclama brasero, mesa camilla y una película en blanco y negro de la RKO en el reproductor del DVD. En esa querencia de cosas que ensamblan bien, yo escribo. No me sale nada que me exija mucho. Nada que me ocupe mucho. Está el texto, un poco traído sin gana, como comido también de pereza. No se le van a uno las ganas de escribir con facilidad, pero no importaría perderlas del todo. Viva la RKO. Verdad, Padillo?
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