5.3.18

La joven de la perla


Fotografía: Shiusaku Takaoka


No basta con desear ser otro. A veces conviene forzar un poco las circunstancias y hacer ver que lo somos. Al menos estaría bien que uno  creyese en sí mismo y en lo que anhela y se esmerase en hacer cuanto esté en su mano para conseguirlo. Recuerdo una vez, hace más de lo que querría, en que anduve por la calle a rostro cubierto. Lo visible era la máscara antológica de Batman. Prescindí, no sé ahora si a voluntad o no, de la capa y del resto del pack. El carnaval no fue santo de ninguna de mis muchas devociones, pero lo aprecio por esa posibilidad que habilita: la de dejarnos ser eventualmente otros. Ser otro a completa satisfacción consigue, sobre todo, que dejemos de ser nosotros mismos. No es el hecho de que suplantemos la personalidad de alguien: es la percepción íntima de que descansamos de lo que no es posible esquivar ni aplazar ni esconder. Otro modo de huida idóneo es leer, pero ese viaje es interior, no se percata nadie, aunque eso es discutible, de que hayamos salido y hayamos vuelto. En el fondo de lo que se trata es de ser Griet, la joven de la perla, esa cara pintada por Johannes Vermeer y que la memoria cinéfila le pone la de Scarlett Johannson. Uno abdica de la rutina, se zafa de ella, la aparta fieramente incluso, sentencia que es preferible, en ocasiones, según tercie el ánimo o si se encabrita o se envalentona sin timón que lo cuadre, ser otro, aunque sea un tramo corto de tiempo, por ver qué se siente afuera, en la piel ajena, en una cabeza que no es la nuestra, la persistente, la inevitable, la intransferible. Quién sabe si alguien aspira a ocupar la nuestra. Habrá quien nos envidie y crea que tenemos justamente aquellos de los que ellos carecen, si ven el atractivo que a nosotros se nos pasa por alto. Probablemente haya que estar afuera para entender bien qué somos. Que desde adentro no haya distancia, no se puede percibir nítidamente todas las virtudes, lo hermoso que atesoramos. No hace falta enmascararse, ser Darth Vader o Batman o Puigdemont en carnaval. Pero alivia transmutarse en ellos, prescindir de la cara conocida y andar por ahí sin que nadie nos conozca.




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