Uno cree haberse depurado lo bastante y no tener sustancia que purgar ahí adentro, pero no hay método que nos asista ni esperanza de que alguno milagrosamente exista y nos procure el bálsamo anhelado.. El cuerpo es una maquinaria hecha a desentenderse de quien lo gobierna, si es que en sus trajines hay algo parecido a un mando. Hace lo que quiere, crece a su manera, enferma sin dar indicios previos, se deteriora con una eficacia que desalienta al usuario que cree (infelizmente) que podrá convenir un aplazamiento o un receso en su recaudación tributaria. Lo de depurarse viene porque alguien ha dicho que está a punto de hacerlo y confía en que de esa purificación surja un yo nuevo, como si de verdad pudiéramos repudiar al antiguo y reemplazarlo con otro. Entusiasta, narraba con un tanque de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra su estrategia depurativa, una especie de diálisis emocional de la que saldría un ser de más elevado espíritu. Constata el alma entonces una providencia de afectos, un repunte de gozo que ocupa la extensión misma de la vida, entera ella. Al levantarse y despedirse de sus compañeros , dejó unas monedas en la mesa por su consumición y se alejó con más o menos decoro cinemático. No tiene arreglo, sentenció uno de los que quedó. Pero se lo cree, añadió otro. No hace daño a nadie. Mañana deja el gimnasio. Eso último lo he aportado maliciosamente yo. Quién no se ha pronunciado alguna vez de parecida manera. Quién cree estar a salvo de mentirse con esa inocencia. Yo, en la mesa aledaña, bebía y fumaba también, debo añadir para cerrar la anécdota.
10.10.21
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