23.8.20

Gracias

Hay un cierto principio de autoridad que se está perdiendo, si es que alguna vez lo hubo. Esa autoridad consiste (en mi ya no tan privada opinión) en dejar hacer a los que saben y no inmiscuirse el que no a la buena de Dios, en la confianza de que sabe de todo y a todo le asigna su sabio punto de vista. Creemos (entremos todos) que el que nos arregla un enchufe en casa o nos arregla unos zapatos  es alguien prescindible o incluso de menor importancia que el que nos extirpa un tumor o nos defiende en un tribunal. Creemos incluso que ese profesional del gremio no se merece lo cobrado, habida cuenta del escaso trabajo que ha realizado. Esa falta de perspectiva hace que muchos valientes acaben electrocutándose, pongo por caso. Esta reflexión mía, aplicable a lo que el buen lector se le ocurra, viene aquí por el inminente ingreso de la comunidad educativa a las escuelas o a los institutos o a las facultades o allá donde se produzca esa maravilla en la que alguien enseña y otro aprende, aunque ese trasvase vaya también a la reversa y quien hace de docente sea a la vez alumno. Una vez que hemos dejado de confiar en quien sabe y nos hemos arrogado la facultad de saber nosotros, todo empieza a desmoronarse lentamente. Un poco de culpa la tiene esta maquinaria bastarda que es internet. Una de las palabras más nefastas con la que podemos toparnos es la de tutorial. Vale para que arregles tu sistema operativo o para hacer un arroz con bogavante. Todos somos improvisados virólogos o entrenadores de fútbol o maestros de primaria. Hay tutoriales disponibles. YouTube es la escuela del futuro. Internet es la universidad de los nuevos tiempos. Quién se va a parar a cribar o a matizar o a expurgar la información. Llega a raudales e importa más la cantidad que su contenido. El marasmo de información disponible anula su eficacia. Aturdidos por la oferta, prescindimos de su pertinencia y caemos en la gratuidad (esa es la palabra preponderante) y en el error. Cuando no valoramos el trabajo ajeno estamos contribuyendo a que sea el mismo trabajo (su concepto, su dignidad) el que se minusvalore. Tendremos que volver a explicar en las escuelas y en casa que la sociedad que hemos ido construyendo (cuenten desde cuándo) se ha cimentado en muchos valores, pero ninguno hubiese prosperado si no se hubiera consensuado la importancia capital del trabajo. En esa misma escuela solemos repetir con insistencia que es el esfuerzo el único tesoro que vamos a usar en nuestra peripecia por la vida. Esfuerzo y responsabilidad. Trabajo y sensibilidad. Todo lo malo que esté por venir procederá de aquí, de esa costumbre asentada en la sociedad y fundamentada en la peligrosa idea de que todo está a nuestro alcance y (más dañina aún) la de que todo nos pertenece. Una vez que se ha extirpado de nuestro acervo moral ese principio de autoridad, todo se viene abajo, habremos olvidado qué es el respeto y la gratitud. Ayer (al pagar un café en una terraza) dije gracias, lo que provocó en quien cobraba una reacción extraña. Me miró como si yo acabara de hacer algo absurdo o como si esa expresión de agradecimiento no conviniese, estuviese de más o fuese (eso es lo peor) tan revolucionaria que precisara de toda su atención para entenderla. Me sonrió y pronunció un pequeño "de nada". 

1 comentario:

eli mendez dijo...

totalmente de acuerdo! su frase final que da cierre a esa anécdota del café y el gracias , es tremenda y muestra descarnadamente en que nos hemos convertido.. Incapaces de valorar el trabajo de la gente, los estudios o especializaciones que lo llevaron a ser "lo que es"( docente, medico, plomero artesano, músico...no importa.. ) y el no sobrevalorar lo que podemos aprender mediante una red , sea cual sea.. Volvamos a ese gracias cuando por fin encontramos a alguien que también nos muestra un poco de cortesía... Saludos

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