22.8.19

Historias

De qué callada manera obran los años, con qué artera astucia nos saquean, pero el vaciado nunca es trágico. Uno admira incluso esa percepción de la tragedia, la sensación (a veces huidiza) de que todo nos incumbe o que todo ha sido hecho para nuestro exclusiva atención. Así leo esta mañana unos versos de José Ángel Valente y pienso en el poeta, en algún retiro doméstico, a salvo de la realidad o inapelablemente dentro de ella, escribiendo para que yo me levante esta mañana de jueves y lea, en unos minutos que permite la rutina de la mañana. Leemos las vidas que no son nuestras, el pensar de los demás, los sueños de otros. Los nuestros no satisfacen enteramente. Incluso no sabemos la trama que ocuparon. He intentado en vano rasgar esa tela también huidiza, la de los sueños, la del mío de esta noche. Había torres y un río caudaloso y un coro de niños en un alto, no consigo aprehender nada más, se me escapa, es posible que no regrese nunca, aunque imagino que los sueños se guardan en el algún lugar, están ahí por si en alguna ocasión una brizna de fuego los prende y prorrumpen y nos cuentan su historia. Será caótica, como debe ser, alocada, pero es la nuestra. Fuimos nosotros los que los construimos. Mientras acudimos a lo que los demás urdieron para explicarse el mundo. De una forma maravillosa somos todas las historias que nos han contado. Eso nos hace no ser saqueados del todo, no sentirnos vulnerados cuando los años nos reducen. Somos esa sencilla literatura. 

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