Uno cree tener siempre su visión de los hechos, se aferra a ella con tozuda voluntad, no piensa que otras la aparten. Conforme crece se consolida esa determinación, la adora en la intimidad, la mima incluso, hace de ella su casa, la reserva a ojos extraños por si no es capaz de defenderla, por si flaquea la coraza que se le aplica, por si marra en su desempeño, así que se esmera en su cuidado, se afana en informarse y ciegamente concluye que sigue siendo la única visión posible. Todo lo que lee, lo que escucha, confirma que es la correcta: las visiones ajenas le inquietan, las ve peligrosas, no las considera, teme que la propia flaquee y se desvanezca, así que no deja que esas sobrevenidas ocupen mucho tiempo su cabeza, por si descabalgan a la buena, a su gran visión de los hechos, la que ha ido amasando pacientemente desde que se le ocurrió, no se acuerda cuándo, no sabe cómo, pero es la suya, lo que tiene para enfrentarse al mundo: es su búnker. Uno tiene su propio búnker, no hay nadie que no haya construido uno, quien diga que no lo ha hecho es que miente; se miente a veces porque la verdad es escandalosa o porque la verdad no es admisible. En la mentira el tiempo fluye de otra manera. Las mentiras son los ladrillos del búnker, pero afuera está la verdad inconmovible, la gran verdad forjada a través de los años, en la construcción de las civilizaciones, contra los vientos y las mareas del tiempo, frente al rigor de las estaciones y frente al caos de las leyes de los hombres.
No se puede salir a la calle y zafarse de todos los peligros que ahí acechan sin tener la seguridad de que al volver a casa tendremos un refugio en el que guarecernos. La idea de los países proviene de que los hemos imaginado como si fuesen bunkers, refugios, cápsulas. Los hay más estrictos, los hay más benignos, pero cada país posee una. El búnker es una extensión lógica de la visión única de los hechos, el búnker es un país dentro de un país al que se desea pertenecer o al que le tenemos afecto o del que no huimos o uno que creemos que nos persigue o que nos hiere a veces. . De ahí el empeño invisible del búnker, y no es sólo el miedo únicamente el que lo iza, también la sensación de una intimidad, de sentirse protegido. Al otro, al que no conocemos, se le teme. El búnker es el útero materno al que se vuelve siempre, la gran vagina cariñosa, el túnel por el que accedemos a la música secreta del cosmos, pero afuera el mundo gira, suda, sangra, muere y nace en un mismo espasmo. Es tu casa y no tienes que agenciarte otra, no hace falta que construyas otra.
Alguien me dijo una vez que hay mentiras que se repiten una vez y otra vez y muchas veces. Tal vez lo leí. Hay cosas que no alcanzo a fijar en una conversación o en una lectura. Se dicen las mentiras en el convencimiento fingido de que acabarán haciendo asiento, en la convicción de que los demás, cuando las escuchen, las tasarán y darán timbre, hasta cabe tener noticia de ellas por terceros y sintamos la luminaria de la duda, sin la certeza de la verdad que poseen. Ganan lustre cuando se cuenta con ellas y no con las otras, las cartesianas, las que pueden verificarse y darles curso veraz. Porque la verdad está sobrevalorada. Mentir es un acto creativo. La honestidad es un valor a la baja, no se premia, hasta se censura a beneficio de quien la urde. Quien la escucha no tiene las más de las veces la facultad de corroborarlas. En el extremo, pues los hay, las hace suyas y las difunde de modo que no dirime si le pertenecen como propias, incrustadas entre las otras cosas, copiando de ellas su textura y su terca sangre.
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