31.10.20

Conchabarse

 Está en desuso conchabarse, al menos la palabra, recabar la opinión contraria a alguien y arrimarla a la nuestra, se estila más conspirar, hasta confabularse, vocablo de fuste más culto. Hay conspiraciones unánimes, presencias tapadas en el discurso de lo real, larvadas, invariablemente disponibles si se las precisa y, a largo o usado corto plazo, dañinas como un martillo en el embalaje de vajilla fina. También prospera el consenso feliz de reclamar opiniones positivas, las que germinan y hacen crecer lo que quiera que se haya plantado. Ese abono es paradójicamente incapaz de cundir como su reverso, el de la conspiración, el taimado y enfermo.

Se conchaban los intrigantes: urden sus tramas oscuras, maquinan trabajados planes de derribo. Luego todo discurre con absoluta fluidez: la maniobra tejida con esmero se expande sin obstáculo. Fascina más criticar que alabar, siempre sucedió así. Se advierte lastimosamente en política, que es el lenguaje sobrevenido de lo artero y de lo retorcido. Lejos de exhibir la ejemplaridad exigida, los políticos se enfangan en tretas bajas, en pactos de alambique y de veneno, lo vemos a diario, no hay día en que no asistamos a esa representación de la ruindad y del desquicio, sea moral o intelectual o estético.
Se puede arruinar la dignidad de alguien con escasos instrumentos. Si se multiplican, el efecto es irreversible, a desgracia de quien inadvertidamente lo padece. No hay con qué paliar o desmontar ese giro de las palabras que los otros usan para citarnos. Somos lo que se dice de nosotros: esa huella acústica. Lo peor es la naturalidad con la que trasegamos con ese tornadizo y veleidoso mensaje enviado a la comunidad. Si no nos afecta, consentimos a veces hacernos eco de su carga vírica, hasta la propagamos, no duele esa concesión. Se rebaja la mención de su fuente, se enfebrece adrede el tono y las palabras de su discurso. Nos hacemos masa, ese vocablo áspero y nada inocente. Con la pandemia se ha extremado este desatino, esta infamia de hablar por hablar y de dañar sin freno, por el gusto de hundir por hundir, por la querencia a pensar que somos inmunes a esa enfermedad. Hay irresponsables que ganan la partida de la convivencia y se vanaglorian de ser rectos y de proceder con razón. No la tienen. Vamos mal. No sé sabe bien si eso es lo natural y no tenemos todavía conciencia del destrozo construido.

1 comentario:

eli mendez dijo...

Tristemente adhiero a lo que manifiesta. Saludos

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