El dulce delirio
que en tromba acude y con galante arrobo me reclama se desvanece como rocío en
el aire recamado en invisible fulgor. Tañe la tímida lira su cortejo armonioso
y atrae el vértigo del cosmos, fronda del tiempo, vasto dominio de la luz. Somos
levedad sin interrupción, somos el vano destello de un incendio sin propósito,
dijo K. en un sueño que tuve anoche. Hoy, al contárselo, me confesó que fui yo
quien le visitó y pronunció las frases. Pero no fue una lira la que era
pulsada, sino un laúd. Tal vez esta noche pueda recomponer las líneas y aclarar
la confusión
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