29.3.18

Primavera / Elogio de la siesta

Primavera
Está el día en la duda de si abrir o cerrarse, en esa duda invita a un sol resplandeciente y a poco decae la luz y el cielo principia un paisaje de nubes oscuras que se ordenan y desordenan a su secreta manera. Tras muchos días de lluvia agradece uno esta luminosidad y hasta conforta la idea de que la primavera está ocupando el lugar que le corresponde. Amamos la costumbre de las cosas, su reiteración, esa inercia ancestral a ejecutar el mismo plan una y otra vez, el del sol ocultándose para que se levante la luna, el de la lluvia cayendo como un milagro o el de las hojas cayendo fieramente en otoño. En ocasiones no apreciamos los dones de la naturaleza, sólo advertimos su dureza, el rigor con el que a veces se expresa. Nos acordamos de los santos cuando truena, decía el refrán. La vida se ofrece sin pudor, no obedece las consideraciones humanas. Miramos el cielo estallando en azul y el mar en matrimonio con él cuando la mirada se aleja y el horizonte los hermana y hace que parezcan hermosamente uno. Miramos la bóveda de la noche, su techumbre negra, todas esas luces que titilan en lo oscuro y tiemblan sin que sepamos nada sobre ellas más allá de lo que la ciencia, la bendita ciencia, nos cuenta en los académicos libros de texto.
Cuenta hoy la prensa que los astrofísicos han descubierto una galaxia nueva. Lo particular de ese hallazgo es que carece de materia oscura. A oídos legos, lo de la materia oscura suena a ciencia-ficción de la programada en las series de Netflix o en las películas de trama distópica. Leo que esa materia es más abundante que la visible, lo cual me desconcierta muchísimo. Es más lo que no se ve que lo registrado por los sentidos, parece ser. Al final va a ser que lo invisible, como decía el principito del cuento de Saint-Exupéry, es lo que de verdad trasciende, que todos lo que recogen los ojos es secundario y sólo perdura el misterio, el abono de la metafísica, el aliento de la poesía, el numen secreto con el que los poetas han ido contando la historia del mundo desde que se juntaron las primeras palabras y el hombre se sintió importante y creyó que el futuro le pertenecía.
La verdadera información está en la poesía, ahí es donde uno descubre el secreto pulso del cosmos. Es el poeta el que mira hacia arriba con más entusiasmo. Todos los poetas, los buenos, los sensibles, escudriñan la luz y encuentran sentido a la sombra. O viceversa. Son ellos, unos más que otros, quienes han alimentado los libros de todas las religiones del mundo. Sin ellos, sin el numen que los anima, no tendríamos invisibles dioses en las alturas, firmes y sólidos para los que les rinden adoración; no habría salmos ni tendría el feligrés un discurso fiable al que amarrarse cuando acude la flaqueza o cuando el júbilo lo impregna y siente que todo cobra sentido dentro de su cabeza. De no ser por la poesía, no tendríamos templos, ni sacerdotes, ni textos sagrados.
Elogio de la siesta
No viene la primavera, no como anhelamos, se está dejando querer, está como el día de hoy, indeciso y frágil, sin pronunciarse del todo, sin decantarse por la luz o por la sombra. Tardía, la primavera durará poco en mi tierra. Vendrá el verano antes de que el calendario lo presente en sociedad como suele. Será el calor el que lo gobierne todo. Arderán las calles, tendremos una relación conflictiva con el cuerpo, al que pondremos a cubierto, a salvo de los rigores de la canícula. Aquí, en Andalucía, en Córdoba, en Lucena, el verano es una bendición y un castigo juntamente. Amamos la luz, estamos hechos de luz, la hemos incorporado a nuestra manera de vivir y es la luz la que dice cuand0 salimos y cuando nos recogemos, si aplazamos una cita con los amigos o si cerramos los ojos y hacemos que el tiempo se detenga. En realidad la siesta es una de las maneras más elegantes de suprimir el tiempo. Mientras nos perdemos en ella, estamos a salvo, hemos ganado lo que tendríamos perdido si nos mantuviésemos despiertos. Contrariamente a lo que algunos entienden, la siesta es imprescindible, no podemos prescindir de ella, nos ha hecho sobrevivir cuando las circunstancias externas fatigaban nuestro ánimo o nos hacían flaquear indeciblemente y no tener gobierno sobre nosotros mismos. Es muy duro eso de no tener gobierno sobre uno mismo. Durísimo.

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