13.3.18

Cosas que no se van de la cabeza

Hay bonitas melodías que cuentan cosas terribles. Lo leí en una entrevista a Tom Waits, pero lo podía haber dicho Gloria Fuertes o Torrebruno. Lo de menos es el formato. Lo que importa es el interior. En el pasado es en donde suceden las cosas. Uno piensa en todo lo dulce y en todo lo hermoso que le ha pasado, pero no está a salvo de que la memoria lo haya contaminado todo y lo dulce y lo hermoso exhiban un roto, un agujero por donde se ve el interior terrible. No hay ninguno que sea salvable enteramente. Recuerdo amigos a los que ya no veo con los que sería incapaz de mantener ahora una conversación o apurar una tarde de domingo en una terraza. Gente a la que acabo de conocer me han colmado como si fuesen amigos antiguos. Es la memoria la que sublima o hace irrelevante un acontecimiento vivido, un episodio en la historia de la vida, un fragmento que no acaba nunca de ser nuestro del todo. Memoria y emoción juntamente. Frágil y ajena, la vida nos permite muy pocas voluntades. Nos da el dominio justo, nos permite ciertas extravagancias, nos hace creer que tenemos alguna propiedad sobre ella, pero al final acaba imponiendo su criterio. No sabemos qué criterio es ese. El del azar, imagino. Estamos a su capricho. La melodía es el azar, él es el que la tararea. A pesar de todo, incluso aceptando la fragilidad con la que sentimos el suelo del día que pisamos, la vida es bella. Lo dijo un cómico de cara de cómic al que le dieron hasta un Óscar. La suya, la de su película, era una melodía hermosa, en el fondo, pero era tan terrible el cuento de adentro. Tom Waits, a lo lejos, tose. 

Algunas mujeres (no se me va de la cabeza) llevan niños muertos en el maletero de sus coches. Se levantan un domingo por la mañana, recuerdan el pozo en donde dejaron ese cuerpo, van allí, lo meten en el maletero y vuelven a la cochera. Es cruel y es tristísimo el cuento. No hay manera de embellecerlo o de contarlo de modo que se pueda extraer de él nada hermoso. Un amigo me refirió que no hay nada nuevo en toda esa historia que nos contaron ayer, la del niño pececito, tan dramática.Que ha pasado muchas veces, que lamentablemente volverá a pasar. De historias como ésa se abastece la literatura, me dijo por teléfono, sin pretender herir o frivolizar la tragedia que ambos comprendíamos, pero la ficción no le incumbe a la realidad. Con ella podemos alargar las tramas, crear las tragedias, usar el material narrativo disponible para explicar la bondad o la maldad del mundo y esmerarse en la restitución fiable de esa crónica. Con la ficción es posible la realidad. Una se abastece de la otra. Lo hacen sin que se aprecie. En ocasiones hasta crean la confusión de que son la misma pieza. Vemos las penurias de los demás (las nuestras tienen otra consideración) y las marcamos como literatura. De ahí que podamos sobrevivir. Sería inasumible (y también insoportable) que esa minuciosa realidad calara adentro con la fiereza con la que suele, no podríamos hilvanar un día con otro, no habría manera de conciliar el sueño por las noches, no se dispondría de calma, ni de equilibrio. Se lamenta uno (hoy una vez más) del pobrecito Gabriel (no se me va de la cabeza, aunque no haya puesto ningún pez en mi facebook) y de todos los que no están por el rigor de la barbarie de sus adultos. Luego descansa la cabeza, se atempera, adquiere la normalidad precisa para trajinar el dictado de los días, la fiebre oscura de las noches. Sí, eso es cierto, pero cuánt0 duele. 

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