
Nadie en su sano juicio cuestiona este estandarte. España, al olor del jamón, izado como orgullo, olvida sus quebrantos, frivoliza su fractura y echa la siesta del fauno ibérico, preludio a la celebración de la raza porcina, ebria de bellota y mimo. Ahora que un valiente le ponga un himno y un comisionado estatal se reuna en Jabugo o en Trévelez o en Salamanca para hacer la letra. Yo, regado de tinto, canto muy bien.
2 comentarios:
El jamón es más que un estandarte, Emilio. Es una religión. Jamón acompañado de gajos de pan rociado en aceite. Así debe ser el paraiso.
Joder, Alex. Contundente. A mí me pirra con aceite y tomate en pan calentito, por la mañana, con el café. El día empieza así perfecto. Luego se enturbia solo.
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