18.9.07

Dios, orden, azar

Dios no juega a los dados, no me cabe duda. Puesto a ser extremos a lo mejor no juega porque no está. El azar es la democracia del tiempo, su catón secreto, su severo hierro. El concurso de la lógica en acontecimientos fortuitos carece de relevancia, pero el caos es aparente. Debajo del caos, a ras del puro desorden, hay una geometría precisa, un orden significativo, una pauta prevista. Borges refiere la historia de dos que se soñaron. La extrae de Las mil y una noches y viene a relatarnos cómo alguien tiene un sueño donde se le informa que en casa de un vecino hay un tesoro. Acude a su puerta y le proponen que lo compartan. No hay nada que compartir, añade el improvisado anfitrión, yo soñé que el tesoro estaba en la suya. Borges remata con la paradoja de que el soñador ilusionado con la idea de encontrar el tesoro tuvo que ir al sueño de otro para descubrir que el tesoro fantaseado, el increíble, estaba en su propia casa. En ocasiones, el mundo es así de extraño. Precisamos el concurso de un actor ajeno para descubrir la bondad de lo que poseíamos en casa, sin saberlo, sin valorarlo tal vez. El azar no existe. Todo tiene una milimétrica arquitectura de causas que la fortuna troca en casualidades aparentes. No lo son. Todo está escrito. La trama detrás de Dios se empieza. Y aquí se abre el poema del ajedrez, su crudeza metafísica, aunque eso es otra historia y ahora es tarde y este escribiente accidental lo que precisa es volver a la rutina, al trasiego, que decía mi abuela. Los libros están ahí para encontrar apoyos.
Ayúdame, señor, a elevar la cumbre de este día. Es de Borges también.

2 comentarios:

jazzman dijo...

Hola Emilio, como blog participante del proyecto "Sesiones Dobles", tienes que poner un post anunciando las dos películas que vamos a ver, las fechas de visionado, las fechas en las que colgarás tus dos comentarios y enlace con los blogs participantes.

Pasate por el blog y te resolveremos las dudas que tengas.

Gracias!

Anónimo dijo...

Realmente me resulta tan difícil creer en la aleatoriedad como en los entramados subterraneos que sugirió Einstein como lanzó aquel: "Dios no juega a los dados". Cuestión de fe o de la carencia de ésta. Las reglas del juego son complejas y sólo unos pocos llegan a dominarlas. Así lo contó Renoir en su "La Regla del Juego". La felicidad y la tragedia se distancian por un solo paso.

Saludos, Emilio.

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