Las guerras sobreabundan en paradojas. La más visible es la evidencia de que quien surte de armas a los contendientes luego termina acudiendo al campo de batalla para abastecer a los heridos de tiritas y antibióticos y a los muertos de compasión y biblias. Tampoco falta el miembro del gremio seglar para pronunciar unas sentidas palabras de duelo. El antropófago deviene filántropo. La muerte, en un extraño giro, da luego vida. Ignoramos dónde comienza esta suerte de enigma. Mientras damos con las respuestas vamos cayendo como moscas en un tarro de miel abonado de minas personales sin ninguna Lady Di que las deshaga con un soplido de papel couché. Algún precio ha de pagarse, aunque sea por vivir tan en precario
21.9.07
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1 comentario:
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