4.4.20

En la muerte de Luis Eduardo Aute



Acabo de saber de la muerte de Aute. Se veía venir, cuándo no se ve eso, incluso en los casos de salud más favorable. Ella siempre acude a su cita, decían los clásicos. Él fue uno de esos clásicos. Un trovador combativo, un cantautor, que es una palabra que siempre me pareció extraña, no sé por qué. Es que hubo una época en que los que escribían no cantaban y también a la reversa. Fue dorada esa época de felices creadores que ponían voz a sus creaciones. Aute era mi favorito, no porque sus canciones fuesen mejores que las de Serrat o Víctor Manuel o Pablo Milanés, por escribir algunos de los que me gustaban y siguen gustando, sino porque de todos él era el más extravagante, el menos reclutable por los medios para hacer pandereta del oficio de poeta. Aute fue poeta antes que cantante. Artista plástico antes que poeta. Era un genio al cabo de todas las disciplinas que le hiciesen disfrutar del erótico aire de las horas. Era muy lúbrico el mejor Aute. Esa concupiscencia suya. Esa falta de educación, bendita ella. Tras la noche vendrá la noche más larga, Luis Eduardo.

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Pensar la fe