Ilustración: Eva Vázquez
Todo fue tomado por la emergencia sanitaria. Hasta el lenguaje ha exhibido algunas palabras de más actualidad y se han viralizado, imitando al sujeto hostil que las hizo emerger de su letargo semántico. Así que cunde el uso de cuarentena, zoonosis, mascarilla, incubación, epidemia; sabemos lo que es una curva de contagio y dónde ubicar al paciente cero y hemos adquirido por la cara (que se dice) el título de virólogo, vale también epidemiólogo, pero hay surge un impedimento fonético y no está tan extendida . Hay un nuevo estatuto lingüístico y dicen que un nuevo orden social surgirá cuando haya pasado la tormenta. Haremos tributo a los muertos, se les recordará en las homilías de los templos y en las conversaciones de los bares. Los afiliados perdidos de la Seguridad Social volverán a tener un renglón en su listado de beneficiarios y la poesía, que no es un concepto económico ni de apresto bursátil, se regocijará por la riada de obras que glosen el combate contra la pandemia, los prodigios de este extraordinario secuestro de un modo de vida. También tendrán su número en la representación de la tragedia los sociólogos y los psicólogos. Es de ellos esta locura. Nos recompondrán a conciencia, nunca mejor dicho. Dirán que estuvo bien negar la evidencia y soltar más tarde la ira o que abatirse y no encontrar consuelo es una circunstancia absolutamente normal y hasta necesaria. Dirán paciencia y dirán esperanza, que son grandes palabras. Es el tiempo de las grandes palabras, nunca hubo otra que más las precisara. A ellos les encomendamos la tarea de que no se vaya todo a la santa mierda y podamos salir a convivir (primero una cosa, después la otra) y ver si es posible abrazarnos y querernos otra vez, con el mismo desparpajo de antes, con idéntica voluntad de armonía. La tuvimos, la tendremos otra vez. Somos buenos, hay quien no lo es, ya lo sabemos, pero la bondad y las ganas de avanzar harán que las palabras pequeñas también valgan y tengan su utilidad. Hay muchas que se me ocurren, la mayoría son lugares que uno echa en falta, a los que volvería con alegría renovada y la sonrisa en la cara como si la llevásemos de estreno: jardines, calles, bares, aceras, colegios, conciertos, teatros. Queda la incertidumbre, esa palabra. El prefijo hace que la temamos. Son así algunos prefijos: desbaratan la esperanza y la paciencia que cité antes. En la gestión de las palabras a veces damos bandazos, nos falta experiencia en el nuevo uso que se han arrogado. La vida nos pone en el riesgo continuamente: ese es su contradictorio oficio, el de ser a la vez la cara lustrosa y feliz y la cruz tenebrosa y finalmente póstuma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario