Fotografía: Fernando Oliva
Tuvimos la experiencia, pero perdimos el significado. Lo dejó escrito Eliot. Era nuestra la luz, esa posesión del primor de la realidad, fueron nuestros los paisajes, que continúan a su antojadizo capricho, plenos de color y de vida. No hemos dejado de tener propiedad sobre esa evidencia de la realidad, tangible a lo lejos, confinada tal vez ella también. No somos únicamente nosotros los apartados. Hay quien sostiene que la naturaleza ha respirado con alivio al ser despojada de nuestra intromisión, pero no es verdad. Estamos en la espera, que es dulce y promisoria, como un salmo en mitad de la noche del alma. Tendremos que celebrar el regreso, imponerle la cualidad primaria del festejo. Será un a celebración íntima, no habrá necesidad de que se difunda ni de la que se alardee. Bastará un paseo bajo el cielo azul. Serán de nuevo únicos los árboles. Le daremos a la mirada una ocupación nueva. Hemos aprendido a mirar en esta clausura de las casas. Lo bueno que se extrae de este encierro profiláctico (no es otro el motivo, es una rendición de las costumbres, es un receso en la rutina de las cosas, es que la vida irrumpirá otra vez. La de ahora es una vida impostada, no la acostumbrada. Vemos a diario los objetos a los que hemos confiado la vestimenta de nuestros hogares, pero son otros a los que aspiramos. El objeto nube. El objeto tierra. El objeto libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario