El día acompaña al deceso. Está gris, amenaza lluvia y estoy noqueado por haberle robado demasiado tiempo al sueño anoche. He oído esta mañana, mientras salía el café, que ha muerto Sidney Pollack. Borges contaba en un cuento que un día esplendoroso, jubiloso, alumbrado de prodigios, no podía albergar fatalidad alguna. Que era imposible que el sol, la luz y el ritmo invisible de las estrellas en el lejano firmamento escondiera alguna forma, aunque fuese diminuta y frágil, del mal. Quizá no debiéramos morir y lo único que hacemos es buscar argumentos a ese absurdo cierre de programa. Pollack se quedó sin terminar su obra. Lumet todavía la perfila, a los ochenta y tantos, pero hay gente que se va antes y por causas menos épicas que un cáncer cuando ya has vivido lo suficiente. No podemos llorarle en exceso. No intimamos nunca con él, pero disfrutamos mucho con Memorias de África, Tal como éramos (que gusta especialmente a mi mujer), Las aventuras de Jeremías Johnson, Danzas, malditos, danzad, Los tres días del cóndor o Tootsie, muchas de ellas interpretadas por un imagino dolido hoy Robert Redford, pero yo le recuerdo como actor, dirigido por Woody Allen en Maridos y mujeres. Esa es la imagen que guardo. No descansará en paz: nadie lo hace nunca.
27.5.08
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2 comentarios:
Lástima. Como actor también tenía presencia. Recuerdo Eyes wide Shut, de Kubrick, en que se metía en problemas con una prostituta de lujo. Saludos
Sí, Eduardo, era un actor estupendo. Yo recuerdo algunos papeles. Se nos queda el actor más que el director, pero fue sobre todo un director con mucho ojo para hacer cine comercial, bien hecho, cercano al público (coreano, español o sueco) y podía haber hecho muchas más cosas. Como siempre cuando alguien muere. Deja todo a medio montar. Un saludo grande, amigo.
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