1.5.08

Iron Man: El Golem digital




Es muy curiosa la expresión autoría intelectual a la hora de encontrar al ideólogo de cualquier causa terrorista. Ese capricho semántico concede al bárbaro que comete la fechoría una tregua moral y hasta una coartada social. El lenguaje es el que crea las corrientes de opinión: los creativos de las empresas de márketing son los que crean o los que destruyen las modas y las corrientes de opinión y son capaces de hacernos ver como un corderillo inocente al más déspota de los tiranos o como un atroz villano al manso ciudadano que parece no haber roto jamás un plato.
El mundo en el que vivimos está sujeto a estas esclavitudes de las palabras. Incluso los gestos, que son los que delatan las posturas en cualquier conflicto, mienten: quienes organizan la realidad son las palabras. Así que no me da rubor (intelectual o no) escribir que el mundo se está marvelizando: lo está haciendo a pasos agigantados y no se advierte que la transformación vaya a menos. No hay ningún indicio que nos haga suponer que la factoría de sueños que es Hollywood tenga en mente cerrar los ojos ante la realidad de este siglo XXI recién parido y ya tan asalvajado y patético. Además no es posible, en términos meramente monetarios, degollar al nuevo vellocino de oro, que es el comic. Las extremidades de esta bestia furibunda de hacer dólares urbi et orbe anclan sus zarpas en el territorio de los videojuegos (que se han convertido en otro esclavo de las tropelías de estos héroes de papel) o en el merchandising que abastece los estantes de las jugueterías cuando huele a Navidad. El negocio es tan colosal que Iron Man no es únicamente (o no debe ser) una película sino que se arroga la facultad de convertirse en una experiencia total.
Stan Lee, el padre de todos los superhéroes de las hamburgueserías y de los sueños más épicos de los niños, no tenía ni idea, allá en los sesenta, cuando ideó esta caterva fabulosa de personajes con capa, poderes y patriotismo a prueba de misiles tomahawk que todos estos años después el zoo de patentes que alumbró su genio artístico iba a producir esta avalancha de héroes. De hecho el abuelo Lee sale en todas las franquicias y en todos existe ese punto de humor socarrón (qué ha de nuevo, jefe) que procura el guiño entre iniciados.
Iron Man es otro héroe más: no tenga el amable lector duda alguna al respecto. Uno copiado del dietario de héroes de los cajones de los grandes peces gordos de la industria de Hollywood, que es la que, al final, mueve los hilos del imaginario popular, no nos equivoquemos en esto. Éste incluso bebe de las mismas fuentes que Batman (DC Comics, la otra compañía de valores seguros en bolsa) ya que ambos son creados en tanto superhombres en un marco exótico, a menudo de naturaleza mística, y ambos regresan a la ciudad (Los Ángeles, Gotham City) para desfacer entuertos, combatir al mal y ganarle siempre la partida. Además los dos viven muy holgadamente y tienen servicio doméstico que les evita tener que bajar al mundo de lo terreno. Jamás veremos a un superhéroe atender ninguna rutina del hogar: nacieron para enaltecer los modelos de patriotismo creados a conveniencia de su autor y para engolosinar la fantasía de la muchachada (desde Superman hasta Super Agente Cody Banks) ávida de prodigios y cómplice en todos los artilugios técnicos y maniobras morales habilitadas para perpetrar las heroicidades previsibles.
La marvelización afecta incluso a la salud del mercado cinematográfico: consientan la ficción de que Stan Lee no hubiese existido o que los héroes de la parrilla no tengan los reclamos al uso y sometan a su buen juicio el deterioro de todos los negocios implicados (desde el mastodonte de la productora al dueño del videoclub de la esquina de mi casa, por no hablar de la formidable maquinaria de las consolas: la propia PS3 ha movido el mercado y ha borrado del mapa, en la guerra de los formatos de alta definición, a su competidora, el HDVD de Toshiba y Microsoft). Tal vez debamos inventar otra frase de doloroso eco en el oído: el mundo se está sonyficando.
Iron Man es espectáculo soberbio. Tal vez nada más. El tufillo a moralina patriotera que sobrevuela el metraje, a pesar de dejar caer una leve doctrina política de cuño pacifista a lo Benetton, es ya marca de la casa.
Las hazañas mediáticas de un excéntrico señor de la guerra (Tony Stark/Robert Downey Jr.) que de pronto reconoce que él es el enemigo y que bajo su causa comercial mueren inocentes soportan dos horas de entretenimiento simple como una patata light, pero con alguna capa de sorna escondida. Que casi la mitad de la cinta se centre en la génesis del héroe, en cómo su mente prodigiosa forjó la armadura proverbial da a entender que hay Iron Man para rato y que esta entrega (larga, como viene siendo costumbre en productos parecidos) es tan sólo una avanzadilla, un ir abriendo boca para siguientes andanadas. Está además la pasta de este nuevo héroe: crápula, mujeriego, alcohólico. Nadie mejor que Robert Downey Jr. para representar ese desquiciamiento vital. Nadie, al menos, de su edad. Nadie, tal vez, con un humor tan irreverente ni un físico tan decadente para un superhéroe de esta guisa.
Por lo demás, Iron Man es una buena película, un distraimiento de altura salvo que a uno le dé grima el mensaje interior, la farándula metálica del protagonista y la ninguneada (a posta) viñeta del enemigo afgano, escondido en las montañas (tal vez ésas que decía Aznar) y a la espera de darle a Occidente (qué le hemos hecho, se pregunta siempre uno) una ración de su propia medicina.
De eso se trata: de que todos, al fin y al cabo, enfermamos igual. Olvídese el lector de encontrar en la película un malvado digno: Jeff Bridges cumple, confía a su experiencia y a su mayúsculo talento la gestión de un personaje particularmente rico, pero abandonado sin remedio al vértigo de la infografía (Yo me pido un Jarvis para mi cuarto) y a las pericias acrobáticas del Golem bueno que nos ha colado para amenizar la primavera de acción en el cine.
Pero no vamos al cine para encabronarnos con los malos tiempos que corren. Quizá vamos justo para todo lo contrario: para recibir una explosión inocua de aventuras. ¿Inocua?


2 comentarios:

Anónimo dijo...

HACE FALTA A LO MEJOR HABERSE CRIADO EN EL ESPIRITU MARVEL PARA VER AHORA ESTOS INFUMABLES FILMS CON OTRA MIRADA. YO TE DIGO, EMILIO, QUELA MIA NO COMPARTE NADA DE ESO. ME ABURRO SO BE RA NA MEN TE CUANDO VEO SPIDERMAN, HULK O BATMAN Y ME DA LO MISMO QUE SALGAN DE SECUNDARIOS MICHAEL CAINE, JEFF BRIDGES O HASTA EL MISMO MARLON BRANDO. CINE LIGHT PARA PUBLICO ABURRIDO Y SIN MIRAS. ESO ES LO QUE HAY. NURIA PARRADO.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No son infumables. Son el cine entendido como un espectáculo visual destinado a amenizar más que a formar o a sensiblizar. Lo ameno, en estos tiempos, también tiene su parte del pastel artístico. Mucha parte, diría yo.

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