A cuenta del uso reciente de la palabra allegado, traída para ajustar el parentesco entre los que compartan la cena de Nochebuena en esta Navidad pandémica, leo otra que me parece cercana y de inmediata predilección y que me ha acompañado buena parte de la tarde, sin que (por otra parte) haya podido incluirla en ninguna conversación (las dos o tres más o menos largas que he mantenido en su transcurso) ni (hasta ahora mismo) en ningún escrito en el que cuadrara su concurso. La palabra en cuestión es paniaguado. Da el diccionario dos acepciones que me resultan escasas, como si se aprovechara el tirón narrativo del vocablo. Una es la de persona que servía (es en pasado como se expresa) en una casa y recibía del dueño de ella habitación, alimento y salario. La otra, más despectiva, es la de persona allegada a otra y de la que se favorece. En el capítulo de sinónimos se entrega el de esbirro, el de servidor y el ya citado de asalariado. Comoquiera que esbirro sigue suscitando un apresto mercenario o sanguinario, me quedo con la de servidor, mucho más pedestre, de escaso afecto semántico, de estofa más vulgar. El acervo de la lengua contiene deliciosas posibilidades de devaneos semánticos. Entra uno en una palabra y acaba en otra y esa derivación no es concluyente, sino que se expande y entra en lo razonable que acabe la pesquisa en donde ni siquiera se tenía pensado acceder. El paniaguado de marras (allegado sencillo en una mesa de Nochebuena, si es que no se excede el número prescrito por la Autoridad Competente) puede ser el criado que cada familia puede tener a su servicio (Pragmática de 10 de febrero de 1624) y que en ocasiones puede considerarse integrado en ella y merecedor de cualquier beneficio consanguíneo. El hecho de que no abunde la circunstancia de que en casa se tenga el dispendio de un criado no elude otro hecho añadido: el de que hay gente que sí posee ese personal conviviente y anda en estos días de incertidumbre y zozobra pensando cómo justificar su presencia en la celebración de esa señalada noche. El paniaguado queda en persona sin oficio declarado y cuya ocupación, más que la de servir, es la de aparentar que lo hace y así dar una enjundia mayor a la familia que lo tiene a cargo. Veo con perplejidad que en el Diccionario de Autoridades se recoge la voz amo, usada para ajustar la propiedad del tal paniaguado. En tiempos, ah el veneno de los siglos, las palabras exhibían otro tiempo de pandemia: la de las personas sobre las personas cuando las infectan con otro virus desquiciante, de mayor carga tóxica. Es el mal. La posibilidad (luego materializada) de que cualquier cosa que pueda suceder en contra mía suceda y yo no pueda agenciarme arma alguna con la que derrotar esa adversidad. Pues estamos en tiempos malos. De derrota difícil. Los habrá habido peores, quién negará eso. Pero éstos se afianzan en una ventajosa posición. A veces uno se lamenta de ser allegado de algunos a quien ama o con quien querría departir a voluntad, cuando sobreviene el deseo, y con los que desearía correrse una fiesta de órdago (no hace falta que se aturda el tiento, no es una invitación al desmán, quede eso a escrutinio privado ) sin que la autoridad vigile si somos más de los prescritos y se nos sancione ejemplarmente. Pero es lo que toca. Así irrumpirá el bien que se anhela. Es un lamento ocioso: se guardan las ganas para mejores tiempos, podríamos resumir. Se mima la espera, se le da residencia estable, se la cuida con el esmero de las cosas importantes, las que se insinúan a lo lejos y poco a poco van arrimándose, dando una imagen cada vez más nítida. Sí, ya mismo estaremos juntos. Ser alguien sin oficio declarado, agregado a otros sin argumentos, conviviente fortuito suyo. Alguien que no sirva específicamente para nada cuantificable. Que no se le sume. Que no haya estadística con su presencia. Qué ganas de que esas matemáticas definitivamente se desvanezcan. El mal de los tiempos me ocupa en divertimentos léxicos y el paniaguado de pronto me parece adorable. Lo veo en la casa, yendo y viniendo, participando con discreto entusiasmo en lo que buenamente ocurra en ella. Qué belleza la de nuestro diccionario, por cierto. El gobierno, me temo, no está sabiendo elegir las adecuadas y se deja un poco todo a la elección del ciudadano. Apelar a eso (otro temor) es, cuánto menos, peligroso, visto lo visto hasta ahora
4.12.20
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