Algunas cosas nos conciernen más que otras. Crean la sensación de que nos impelen a tutelar su presencia en nosotros y no descuidarlas. Uno puede libre y gozosamente sentir que son parte primordial de nuestro proyecto de vida, sea eso lo que sea. Así que de pronto se hace fuerte la imperiosa necesidad de participar en empresas que no se nos atribuyen. De ahí que uno se haga súbito interesado en quién ocupe el sillón del Despacho Oval o qué pasará finalmente y concuerdan en género y número pandemia y vacuna o si el emérito monarca acaba en los pasillos de un juzgado de instrucción o si la ministra Celaá pierde repentinamente el interés en la política (qué ilusión) y aplica su talento a llevar la representación legal de una firma de longanizas catalana o si Messi levanta cabeza y vuelve a ser el astro rey del planeta fútbol y así febrilmente y sin interrupción, proclamando nuestra sincera adhesión a las más razonables o peregrinas empresas: no es alocado pensar que todas ellas concurren a su antojadiza manera a nuestra llamada de consuelo o de auxilio o de sencillo y jovial entretenimiento. Hoy me siento particularmente feliz al saber que Nadal lleva mil partidos ganados en el circuito del tenis mundial. Ya ven. Nada extraordinario, habrá asuntos de más fuste y hondura, pero qué tío Nadal. Qué bien me cae. Más que la Celaá o que Trump e infinitamente más que el soso Messi. Se está bien teniendo modelos a los que seguir o aplaudir, pero llena más tener claro a quién no seguiríamos ni aplaudiríamos. El caso es tener un lugar en el mundo
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