14.11.20

La casa de las historias son las librerías




 'La librería de Pieter Meijer Warnars' (1820), de Johannes Jelgerhuis. 

Hay librerías que parecen tu casa y también uno hace de su casa una librería. Faltan baldas para los libros por venir y falta vida para leer los que todavía no han sido abiertos y esperan que se les conceda el milagro de que existan. Mientras ese prodigio no ocurre, ocupan su lugar elegido y entablan con quien se hizo de ellos una especie de tácito flirteo. El viernes fue el día de las librerías, pero siempre desconsuela que las cosas fundamentales de la vida tengan un día en el que festejarlas. Se tiene la sensación de que los otros no están a la altura o que un solo día no cuenta y haya que ampliar los festejos. He sido feliz en ellas y sé que hay esa celebración perdurará como un pequeño regalo que uno se dispensa y en el que pierde gozosamente el sentido del tiempo. Tal vez sea ese el fin último de la literatura: liberarnos de las ataduras del tiempo, confiarnos una medida diferente de las cosas, declararnos depositarios de un milagro secreto y único. Hoy he leído a mi amigo Joaquín Pérez Azaústre un maravilloso texto sobre los libros y sobre las librerías. De todo lo hermoso que ha escrito me quedo con la idea de entrar y buscar y perderse y salir con el libro que no esperabas. "Desconfía de los lectores que van buscando un libro y nunca se llevan otro, que jamás cambian de idea, que no entran en el juego de mirar y tocar". La última vez que entré en una llevaba la idea de traerme un libro de poemas de Claudio Rodríguez y salí con La trilogía de Nueva York de Auster. Tardé más de lo previsto en dar con él y en todo ese rato de duda y de felicidad y de viaje abrí y cerré decenas de ellos. Qué placer esa incertidumbre, qué festiva la vuelta a casa con mi libro en la bolsa, esa promesa de alegría y de recogimiento. Cuando compro un libro por la red (lo he hecho muchas veces, lo haré más veces), pierdo esa aventura personal, la del encuentro con el objeto físico llamado libro. Piensa uno que tiene a mano la salvación y que solo precisa escoger la forma en que dispensársela. Son las palabras las que curan. Ellas hacen todo el trabajo. Se arriman unas a otras, buscan la posición más idónea y montan un cuento o un poema. Las más osadas, las que tienen más coraje o disponen de más tiempo, construyen novelas, pero no hace falta que estén impresas o que las contenga un libro. También curan las palabras que decimos y las que escuchamos. Uno cuenta lo que le pasa o escucha lo que le pasa a los demás. El modo en que esas palabras confortan no es nuevo. Somos las historias que nos cuentan. Mientras que las escuchamos, el tiempo se encorva, se aligera, se expande, se fragmenta, se comba, se alarga. Hay libros en los que incluso desaparece. No creo que todos sirvan para ese propósito. Yo he visitado algunos. No todos son recomendables: los libros nos eligen a nosotros de alguna manera. Hay autores que idearon su historia para que tú la leyeras. Conforme entras en ella adviertes ese regalo que te hicieron. La casa de las historias son las librerías. 

1 comentario:

eli mendez dijo...

el mejor lugar del mundo
Una invitación perpetua al asombro y al descubrimiento
donde bien vale invertir nuestro gran salario jajajajaj
Un abrazo

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