El rock tiene la elocuencia de sus tiempos. Cada género adquiere la impronta de la época en que nació y progresa conforme a ella. La música es ese estado de las cosas al que uno se inclina con la intención de entender lo que le rodea y, si eso es posible, entenderse uno mismo. Hay discos que responden a ese criterio y hacen escrutinio de la realidad y la subliman. Quien los crea se sabe portador de un oficio, se respeta a sí mismo y, sobre todo, cuida que ese respeto pueda expandirse y aplicarse a quien se acerca y escucha. Hasta ahí mi escrutinio sentimental del rock como lenguaje universal. Sirva como convencido elogio del género y como prefacio de un buen ejemplo suyo.
Xavi Nuez viste de sociedad a Xavi Swinger, un Ziggy Stardust con el pedigrí de su época y de sus raíces, un poeta urbano (eso está muy usado, pero conviene aquí). La increíble historia de Xavi Swinger es un disco arrebatadoramente clásico. Esto es: no desprecia las influencias previsibles, no renuncia a ninguna influencia, pero tiene algo que lo hace genuino, eso tan difícil. Lo que consigue (hay mucho trabajo atrás para tener esa propiedad) es entregar al oyente un sonido reconocible, una textura fácilmente reconocible. Poco (muy poco) tiempo después de su anterior disco, Xavi Nuez idea otra aventura, se desplaza de un patrón a otro y factura un disco que requiere entregarse, escarbar en las historias de sus letras (pueden anudarse en una) y disfrutar de cuarenta minutos de una vigorosa lección de oficio. Está muy bien ensamblado todo: guitarras con distorsión y sustancia, vientos colocados con mimo, no como liviano aditivo, voces más trabajadas que en discos anteriores y un esmero en las melodías que se advierte a la primera y gana conforme se le conceden posteriores escuchas.
Los alardes de punk (qué músculo tuvo) los atenúa con pequeñas briznas de dulzura. Porque no es un disco seco, de áspero arrimo. Tampoco sería recriminable que lo fuese. Se advierte una voluntad de aunar fórmulas asequibles y episódicas trazas más complejas (Sadomasoquista o la que da título) o la de encaramarse a tempos más pacíficos (Amor perdido) sin abandonar el leivmotiv general del disco: su insobornable deseo de que el ruido del rock triunfe por encima de cualquier otra consideración. Dicho y hecho. El plan es dar caña (la hay) y dejar la sensación de que el género está vigorosamente vivo y exige nuevas adhesiones, más leña, más madera, mucha más presión.
Este cuarto álbum de Xavi Nuez (tras Historias varias, La ultima estación y Cuando nos creíamos poetas) es también una declaración de intenciones narrativas: las letras están más cuidadas (me encanta que Dorian Grey ande por ahí y diga que le quema el alma en Luchas en tu habitación) y hay complicidad entre lo contado y lo musicado, permitidme esa licencia. Por lo demás, mucho camino por recorrer. Xavi Nuez puede viajar sin coger un avión (Esperpéntico) y contribuir al circo de la música sin renunciar a unos ideales sonoros. Habrá disco nuevo pronto: fertilidad y compromiso, ganas de trabajar. En estos tiempos extraños, agradece uno esta convicción, este pequeño puñado de propósitos sanos y festivos. Es un tipo libre el tal Xavi Swinger. Descree y cree, ama el amor, es feliz con su provocación íntima y áspera a la vez. Rebelde y clásico. Un buen disco del amigo Xavi. Otro.
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