17.6.19

El cielo está en todas partes

El infierno está en todas partes. Lo dijo un viejo con el que me crucé en la calle. No debió ser el calor el que lo animó a publicar la confidencia. Se paseaba bien a la sombra y corría el fresco que no suele, aunque estamos en las puertas del tórrido verano cordobés. Quizá le pareció que estaba desahogándose por todo el calor que había padecido durante una vida entera. No lo dijo airadamente, no había dolor, tan sólo expresaba un pensamiento, como el que dice qué frío hace hoy o me duelen las piernas como nunca. Yo a veces me he sorprendido hablando en voz alta. No sabe uno bien qué dice en esos casos. Si expresa una voluntad secreta o sólo deja que prorrumpan las palabras que van a lo suyo en la cabeza y de pronto, sin que exista razón para que se entiendan, se abrazan, avanzan juntas y buscan palabras nuevas con las que ir más lejos o más hondo. El lenguaje es una cosa de lejanía y de hondura. No he visto todavía a nadie que diga que el cielo está en todas partes. El bien está menos valorado cuando uno cuenta lo que le bulle adentro. Dejé atrás al viejo de ayer por la mañana y proseguí mi camino sin pensar en esa revelación o en esa epifanía sobrevenida. La frase viene después, sin que tampoco atine a comprender las causas por las que fue ella que vino y no otra. O porque me he sentido arrebatadoramente obligado a dejar constancia de su presencia. Quizá para que no la olvide. Uno escribe para dejar algún registro o por evitar que el olvido nos derrote. Se habla solo para decir lo que no se podría en compañía. Se dice lo que de verdad nos preocupa o lo que no deseamos que se revele. Se habla en voz alta para que lo dicho tenga el peso que a veces no tiene lo pensado. Por otra parte, ya lo dejó escrito Pavese, tan triste en su final: el infierno son los otros. Hoy es uno de esos días en que puede ocurrir cualquier cosa y no termina de ocurrir nada relevante, ninguna cosa que comentar mañana, nada que otro no haya pensado o hecho, aunque no seamos nosotros. Hay que ser originales, hacer lo que no se espera que hagamos, tirar al monte de cuando en cuando, deshacernos de las costumbres y probar la posibilidad de que tengamos, en adelante, otras nuevas. Bob Dylan se hizo cristiano a los cincuenta. Un amigo cercano, por cuidarse, censuró la carne y abrazó la causa vegetariana. Yo mismo, a los cincuenta y tres, estoy pensando en hacerme unas cuentas vueltas al pueblo o hacer bici estática una hora al día, a ver si la costumbre de engordar torna a otra cosa y le hago un favor a mi descuidada salud.

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