Escribió el gran Julio Camba a propósito de Nueva York en La ciudad automática (Alhena Media, Barcelona, 2.008) que le fascinaba "la organización criminal de sus negocios y la organización comercial de sus crímenes". Me viene a la cabeza, sin que haya una razón cercana, Lorca y su Poeta en Nueva York. A las ciudades le convienen los poetas: saben sacar de ellas lo que no está a la vista, su enferma vocación de enjambre. Volviendo a Camba: a él le gustaba contar que siempre hay un matón que negocia o un negociante que mata. Michael Sullivan, el pistolero funcionarial que interpreta Tom Hanks en Camino a la perdición no era un matón al uso. Seguro que le hubiese encantado a Camba ese personaje. Sullivan fascina porque se aleja del arquetipo. Mata como el que sirve bebidas en un bar o el que ordena albaranes en una oficina. Es un hombre normal con una vida enteramente normal, pero se la gana quitando de en medio a quien le digan. La ciudad, en el noir tradicional, es una armonía bastarda de policías psicóticos con nula o irrelevante vida doméstica, de patéticos asesinos que respetan códigos de honor y otra suerte de códigos deontológicos para granjearse el favor del jefe, que suele ser un burdo y zafio don nadie que escalafonó por alguna osadía de importancia. La ciudad es un muestrario caótico de mujeres de una obscenidad trágica. El cine negro es (compositivamente) una apoteosis de lo sórdido: una implacable radiografía de la sociedad inmoral que normaliza el crimen, el latrocinio y la corrupción, los convierte modelos de conducta. El cine negro dilata la sensación de precariedad y de desencanto como casi ningún otro género. No he estado nunca en Nueva York. Cuando vaya, algún día sucederá, quién sabe, pensaré en todo el cine negro que he visto, pasará por mi cabeza atropelladamente, pasarán todos los mafiosos, sus narices torcidas, sus ojos turbios, los sombreros de ala ancha, las pistolas. No tengo ninguna duda.
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1 comentario:
Me has fascinado con tu historia
placer conocerte
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