10.8.18

De cañas con Pascal, Buñuel y Góngora




No hay más que tres clases de personas: unas que sirven a Dios, habiéndole encontrado; otras que trabajan en buscarle, sin haberlo encontrado; otras que viven sin buscarle ni haberle encontrado. Los primeros son sensatos y felices; los últimos, locos y desgraciados; los del medio, desgraciados y sensatos.
          Blaise Pascal, Pensamientos, 257

Uno a veces hace de Pascal en privado, por si no cuaja el nuevo traje y se me pilla en un descuido, en un roto. Como Pascal era muy de pensar en Dios, me puse a ello. No es la primera vez, pero sí la primera convertido en Pascal, el Pascal privado, al que no se le puede desmontar la pantomima. Pensé en si ya he encontrado a Dios, si trabajo en buscarlo o si no lo busco y me privo de la plenitud de encontrarlo. Son largos los días de verano y hay tiempo para estas cogitaciones del alma sensible, nada que marque, se pueden abandonar con la misma ilusión con las que las acometimos. Convencido de que no alcanzaría una respuesta que me contentara enteramente, opté por amenizar la tarde con asuntos que no requiriesen demasiado empeño y me puse a ordenar los discos. Andan siempre en el caos, no sé nunca dónde anda lo que quiere escuchar, es la misma historia de todos los veranos. A veces cae uno en la cuenta de que el tiempo, al fijarnos en él, es cuando cobra verdadera importancia o cuando exhibe su dimensión trágica. Por eso es mejor no pensar, no ahondar, no exponernos al espectáculo miserable del interior. De ahí lo de ordenar los discos. Adoro las tareas mecánicas, dan el alivio que muchas veces no procuran las de peso, las importantes en apariencia. Conozco gente que disfruta enormemente de la vida sin pensar en demasía en ella y quien, bien al contrario, se la amarga porque no deja de pensarla, de considerar a cada momento en si ha encontrado a Dios o si lo busco afanosamente o le es indiferente. La vida no debe ser pensada, me dijo K. Cuanto más cae uno en ella, más nos hiere. A Pascal lo invitaría esta noche a una ronda de cañas por mi pueblo. Hace menos calor, se pueden pasear las calles e ir de bares. No sé si en el tiempo de Pascal la gente iba de bares. Creo que sería un rato instructivo, ahora que el calor ha remitido y se está más o menos bien en las calles. Tengo amigos que hacen las veces de Pascal en las barras de los bares. Nos enfrascamos en una metafísica de rango etílico que nos reconforta considerablemente. Nos creemos en posesión de alguna verdad inasible, de escaso afecto por manifestarse, que solo prorrumpe si se alcanza cierto estado más o menos espirituoso, una de esas epifanías (no tiene que concurrir el alcohol para abrazarla, pero se acepta su concurso) con las que nos sentimos congraciados con la vida y con nosotros mismos. Pascal está con nosotros. También Buñuel. Vino una vez a decir que sólo lamentaba no saber que pasaría una vez que muriese, esa ignorancia de abandonar el mundo en pleno movimiento, en sus palabras. En el transcurso de una vida siempre se le concede una parte a considerar su naturaleza, lo que nos resta de ella y, sin que ese esfuerzo rinda un resultado, la mejor manera de que no nos soliviante más de la cuenta. Queremos, más que nada, vivirla sin dolor, no sentirnos rehenes del rigor con el que a veces nos trata. De ahí que filosofemos y busquemos, a nuestra manera, según el alcance de cada uno, los alivios habituales. No hay prontuario fiable, ninguno con el que aventurarnos. Se viene a ciegas y se deja a ciegas. Con Buñuel, ir de bares sería otra cosa. Buñuel era un ateo supersticioso, lo cual es una paradoja que no le preocupó nunca. De lo que no se tiene duda es de que vivió sin buscarlo y no se le apareció y fue sensato y feliz y loco y desgraciado, como todos. Al final, no temo contrariar a mi amigo Pascal, viene a ser lo mismo, todos andamos, a la manera de Góngora, descaminados, enfermos, peregrinos, en tenebroso noche, con pie incierto, buscando posada en donde se nos de algún tipo cobijo, aunque sea el de una buena cama y un caña con una tapa y que Dios, pendiente o desatento, haga su oficio. 


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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.