Rehuso la cordura en cuanto puedo. No la aparto del todo, todavía no he llegado a ese estado de bendita locura en el que la realidad es algo accesorio. Tengo los pies en el suelo, pero a veces echo en falta que eleven un poco de vuelo, no mucho, el necesario, el que hace que vivir no sea un contrato firmado, un escrupuloso inventario de cosas a las que se les debe el máximo respeto. Cuando los pies se ponen traviesos es cuando comienza la diversión. Aprecio esa especie de ebriedad gobernable en la que uno decide no seguir las reglas y hace el ganso con absoluto desparpajo. Hay pocas cosas que satisfagan más que hacer lo que a uno le plazca. Está bien escandalizar un poco, sin extremismos. Salirse del guión, no hacer lo que se espera que hagamos. De mí, a diario, se espera que haga muchas cosas, y me esfuerzo en cumplir, en no menoscabar la confianza depositada. Alguna, creo, se me habrá confiado. A lo que aspiro, en lo que me esmero, es en no perder la voluntad de tomarme completamente en broma, no tener nada razonablemente serio. Decía Benedetti (creo) que no es la felicidad lo que más importa, sino la alegría. Estar alegres por encima de todo. Construir después lo que haga falta construir, pero partir de la alegría. No sé si Coelho, con el que compito en psicología barata, habrá formulado alguna máxima elocuente, de las que se ponen en post-its en los frigoríficos. Hitchcock, al que acudo por segunda vez consecutiva en esta semana, se marca unos pasos al salir del set de trabajo. Habrá que aplicarse, hacer los pasos como Hitchcock, ver si sirve, si alivia a quien lo hace o a quien lo mira.
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1 comentario:
Eres un ejemplo a seguir. Hoy... bendita locura. Un abrazo
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