A Antonio Linares, que sigue de pie en la barra del Tempo.
I
Acudirán esta noche los amigos.
Nos harán felices de nuevo.
Pondremos los viejos discos.
Haremos una barbacoa en la azotea.
Fumaremos Chesterfield como Rita Hayworth.
Beberemos ginebra de la buena.
Habrá risas. Nos daremos un montón de abrazos.
Diremos que el tiempo está de nuestra parte.
Lo diremos mirando el cielo infinito sobre la Horconera
y Antonio cantará por Joe Cocker una de los Beatles.
Hoy llevo todo el día pensando en Antonio.
A veces lo recuerdo con la cara de siempre
y otras me parece el mismísimo John Lennon.
Es cierto todo lo que escribo.
Lo juro por esa guitarra que parece llorar
con la que Clapton cerró su Layla.
Está sonando ahora mismo.
II
Siempre hay una noche en las afueras,
un blues decadente en una barra de bar,
un resto de bourbon en el vaso,
trenes de algodón que descarrilan
en las últimas páginas de un sueño.
Las nubes están tocadas de tragedia,
La tierra invita a su habitual ración de espanto
con la que advertimos la zanja de los días.
El aire está obsequiado de nostalgia.
Uno predice el abismo, nota su intimidad
vertical y pura.
Hay abismos predecibles, corazones vacíos.
La caligrafía precaria de las horas
herrumbra la luz en las sílabas,
pero la luz codicia siempre extravíos nuevos,
caballos que meditan perderse en la sombra,
palabras que ultiman sus últimas voluntades.
He aquí el festín carnoso de los días.
Yo soy el arquero ciego de las noches.
Escribo el atlas de la tristeza,
registro el peso del mundo.
El dueño del bar nos anuncia que cierra.
Volvemos a casa con la música dentro.
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