A los pájaros les tengo la envidia de las alas. No me los imagino en la quietud de la tierra, apaciguados en la rama de un árbol o en un cable de un tendido eléctrico, como el que vi ayer por la mañana y que me explicó más del mundo que muchos de los escritores que me han cogido de la mano y conducido por la intemperie de los días. Lo vi tan satisfecho y digno que me desentendí de mi condición de hombre y anhelé haber sido pájaro, aunque ese avenate inverosímil durara poco en mi cabeza y no tuviese más remedio que regresar a mi condición enteramente pedestre. El resto del día fue de una sobrecogedora rutina. No hubo nada que me hiciese pensar que pudiera izar el vuelo.
28.2.25
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