18.2.25

Comparecencia de la primera lagartija


 En un acto aleatorio de generosidad, el camaleón decidió no cambiar de color y así permitir que cualquier depredador desaprensivo tuviera la grosería de zampárselo. Esa disfunción cromática promueve el argumento del suicidio animal como el contrario, hacer surgir el milagro del color, el de la perseverancia en el ser, a pesar del rigor de la vida y de sus avatares y miserias. Hay criaturas que se desgracian solas. No las mueve ninguna tragedia, ni piensan siquiera en el futuro cercenado por una decisión desafortunada. No sabemos nada de lo que ocurre dentro de la cabeza de un camaleón o en la de nuestro vecino del bajo izquierda. Es probable que no ocurra nada en ninguna o que todo lo que sucede esté bien pensado y ambos procedan con absoluta convicción. 

Ayer vi la primera lagartija en el patio de mi casa a la caída de la tarde. Era diminuta, no como algunas que amedrentan por el tamaño y hacen pensar en terribles animales intimidatorios. La encontré timorata, parca en genio, un poco embobada en su porción de cal, no maniobraba con el desempeño y la determinación que suele cuando el buen sol la acaricia con su cálido abrazo y el horizonte es una utopía asequible. Se ausentaría al personarse el frío, se apremiaría a dar con un refugio en el que no verse importunada y pasar la noche a salvo de la grosera intemperie. Pensé en si su cabecita reptil urdió una rendición o sencillamente se guareció en alguna rendija de la pared o en el recreo del tejado. No sabe uno si las lagartijas que habitan su patio son legión o tan solo unas pocas han hecho en él su residencia. Temo que sea de una de esas lagartijas que maquinan desenlaces expeditivos a la trama de su existencia y se haya dejado comer por otra de su especie o un pájaro la haya alojado en su boca. Me acostaré con esa preocupación. Me felicitaré si es la única. 

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